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Jul

¿Cómo está América Latina?

Escrito el 9 julio 2009 por José Ramón Diez Guijarro en América Latina

América Latina está sufriendo los efectos de la crisis internacional y, este año, podría experimentar una contracción de la actividad cercana al 3% del PIB. La región ha sufrido un pronunciado descenso de la demanda externa, un severo deterioro en los términos de comercio por el ajuste de los precios de las materias primas (con importantes consecuencias fiscales y para las posiciones externas) y una pérdida de los ingresos por remesas y turismo. Otros importantes canales de contagio, más específicos, que han afectado en mayor medida a los dos principales países de la región, Brasil y México, han sido la exposición al sector industrial y el colapso de los mercados de financiación internacionales. Por países, las caídas más intensas del PIB se están produciendo en México (-7%), Argentina (-2%) y Venezuela (-2%), mientras que los ajustes están siendo mucho más suaves en Colombia (+0,5%), Perú (+2%) o Uruguay (-0,2%).

Hasta aquí nada nuevo, ninguna región se ha podido mantener al margen de la primera crisis de la globalización. Sin embargo, al contrario que en algunas de las principales turbulencias financieras de la década de los 80 y 90, esta vez la región no ha sido el origen de los problemas. Es más, en términos relativos, la evolución de la región está siendo mucho mejor que la de otras zonas emergentes como Europa del Este. Y, parece que en ausencia de sorpresas inesperadas, América Latina podría sumarse más rápido de lo usual a la recuperación global, volviendo a crecimientos positivos del PIB en el tercer trimestre del año.

La razón de la diferenciación positiva que han conseguido algunos países de la región (Brasil, Chile, Colombia, México, Perú) estriba en una buena gestión de los beneficios económicos de los últimos años. El marco de confianza generado por una gestión  ortodoxa y la acumulación de grados de libertad en política económica para afrontar la crisis (fiscales, monetarios y flexibilidad cambiaria en cada vez un mayor número de países) han frenado las inercias negativas, limitándolas a consecuencias cíclicas: ligeros deterioros fiscales (comparados con los observados en las economías desarrolladas), reducción de los flujos de capital y contracción de la actividad. La flexibilidad de los tipos de cambio ha sido clave como variable de ajuste y la mayor parte de países no han sufrido una pérdida importante en sus reservas. La crisis ha tenido efectos mínimos sobre la calidad crediticia: desde octubre de 2008 y entre los principales países sólo han visto recortado su calificación aquellos con mayor riesgo político (Argentina, Ecuador y Venezuela); mientras que, incluso, Uruguay y Chile han sido revisados al alza.

Por tanto, esta crisis está sirviendo para comprobar los beneficios de las políticas ortodoxas (buscando credibilidad) que al proporcionar confianza externa, permiten utilizar políticas monetarias y fiscales expansivas en momentos delicados, sin que se resientan las primas de riesgo y los tipos de cambio. Hace sólo 10 años hubiera sido impensable que países como Brasil y México tuvieran primas de riesgo de 300 puntos básicos, en medio de un fuerte incremento de la aversión al riesgo global. Eso debería servir de lección a la «otra parte» de América Latina que sigue dejándose llevar por las tentaciones de las políticas populistas.

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