Hace unos meses, tras las fuertes pérdidas bursátiles de principios de año, sosteníamos en este foro que había sólidas razones para sospechar que lo peor no había pasado aún y que nuevos mínimos eran posibles. Nos centrábamos, entre otros argumentos, en la historia del S&P 500, índice de referencia global, y en su comportamiento en períodos bajistas, en especial cuando coincidían con una economía en recesión. Si bien hasta mediados de mayo aquellas poco alentadoras previsiones parecían desmentidas por la realidad de unas cotizaciones al alza (el IBEX llegó a superar el 14.300), la evolución de los mercados en el último mes —en un contexto de presiones inflacionistas, deterioro de la actividad económica y profundización de la crisis crediticia— devuelven toda su verosimilitud a aquel panorama. Tanto es así que un índice como el Euro Stoxx 50 ya ha marcado nuevos mínimos y el IBEX se sitúa ya a menos de un 2% del suelo de enero (11.937). Lo curioso es que el propio S&P 500 aún se encuentra a un 5% de sus mínimos. ¿Por qué ese peor comportamiento europeo? ¿Qué nos espera en próxima semanas? ¿Puede el IBEX seguir superando a otras bolsas de Europa?
Los índices europeos, a pesar de que la estadounidense es la economía más deteriorada, han perdido mucho más terreno este año que los estadounidenses: el Euro Stoxx 600, por ejemplo, perdía hasta ayer un 20,66%, frente al 10,24% del S&P 500. De entre las razones que lo justifican hay dos muy claras: la política monetaria se ha relajado con fuerza en EEUU (el tipo de intervención de la Fed se redujo entre septiembre y abril desde el 5,25% hasta el 2%) y el dólar se depreció con claridad también hasta abril (el euro se apreció desde 1,46 dólares hasta 1,60). Ambas circunstancias han facilitado la vida a las empresas estadounidenses (a su financiación y a sus ingresos externos), mientras en Europa sucedía lógicamente lo contrario en términos cambiarios y, con menor lógica, en términos de tipos de interés. Y es que el incremento de las primas de riesgo cotizadas en los mercados interbancarios equivalen a una subida de tipos oficiales de entre 75 y 10 pb desde el pasado verano. El impacto se ha agravado recientemente con los últimos datos de precios del petróleo e inflación y la perspectiva de una inminente subida de tipos del BCE.
En cualquier caso, la combinación de tres crisis en una (actividad, crédito e inflación) y la relativa lejanía de sus respectivas resoluciones sugieren que el movimiento a la baja de las bolsas va a tener alguna continuidad en el tercer trimestre, con objetivos posibles, señalados por el análisis gráfico, entre un 5% y un 10% por debajo de los mínimos de enero o marzo. Las bolsas europeas, al menos, parecen contar desde abril con un euro que ha dado las primeras señales de un posible cambio de tendencia, lo que de confirmarse en los próximos meses, podría limitar las pérdidas.
¿Y qué podemos esperar del IBEX? Desde el año 2001 el índice español se ha revalorizado un 60% más que el Euro Stoxx 50. ¿Cabe esperar que ese mejor comportamiento relativo continúe? No parece probable por dos razones. La primera es que la economía española es una de las que más sufren el ajuste económico global como consecuencia de su propia crisis inmobiliaria y de los excesos de endeudamiento de los últimos años. La segunda razón es menos intuitiva. Puede comprobarse que en los últimos diez años el comportamiento relativo del índice español ha estado muy ligado a la cotización del dólar. Un dólar fuerte se traducía en una menor rentabilidad relativa del IBEX frente al Euro Stoxx 50 y lo contrario sucedía cuando el dólar se depreciaba, que es lo que esta moneda ha venido haciendo desde 2001. En consecuencia, si el dólar confirma el cambio de tendencia al que hemos hecho referencia, lo normal será que el IBEX se comporte relativamente peor. ¿Cuál es la razón de esa relación histórica? Básicamente se trata del menor peso relativo del dólar en las exportaciones españolas y de la importancia de las inversiones de las empresas del IBEX en Latinoamérica, cuyas economías suelen beneficiarse de un dólar débil. Entre otras razones, porque favorece sus exportaciones de materias primas.
Alentador panorama, ¿no?
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