WP_Post Object ( [ID] => 3609 [post_author] => 28819 [post_date] => 2008-04-16 09:27:59 [post_date_gmt] => 2008-04-16 08:27:59 [post_content] => Hoy quiero contar una historia. Imaginen los lectores de este blog de economía que un día despiertan con una buena idea empresarial y con el ánimo suficiente para intentar ponerla en marcha. Supongan que sus esfuerzos fructifican y que después de un inicio en solitario la demanda de su producto empieza a crecer y tienen que empezar a contratar a otras personas hasta alcanzar, tras dos años de duro trabajo, una plantilla de 22 trabajadores. Además las perspectivas de mercado son positivas, así que todo parece indicar que podrán seguir creciendo y generando empleo y riqueza en la región en la que han iniciado su proyecto empresarial. Y, además, habrá 22 familias, al menos, que también se benefician del éxtio de la idea. Imaginen ahora que, de repente, una institución de un país extranjero aparece en su país ofreciendo gratuitamente su producto. ¿Cómo es posible ofrecerlo gratis a sus clientes? Porque resulta que la institución extranjera está subvencionada por su gobierno, por lo que no necesita generar ningún ingreso para sobrevivir. La consecuencia es previsible, su empresa, levantada con tanto esfuerzo, quebraría y los 22 trabajadores a los que han dado empleo irían al paro. Algún lector estará pensando que lo que he descrito no puede suceder. La iniciativa extranjera sería prohibida por las autoridades que regulan la competencia en la UE, por ejemplo. O habría tribunales ante los que reclamar. Algo se prodría hacer, ¿no? Pues es curioso, porque esto que estoy contando es un hecho real. Y la institución extranjera que ofrece gratis los productos de la empresa perjudicada es de un país del núcleo duro de la UE. ¿A que es sorprendente? La historia que les describo hoy aquí la ha dado a conocer Xavier Sala i Martin en un artículo en La Vanguardia el pasado mes de diciembre. En Accra (Ghana), en 2004, un joven con sus estudios de secundaria recién terminados y muy aficionado a la informática se le ocurrió desarrollar un negocio de creación de páginas web para las empresas de su región. La idea fue un éxito y en dos años había dado empleo a 22 jóvenes diseñadores de páginas web. En paralelo, en 2006, una ONG creada por el gobierno alemán para fomentar el "desarrollo sostenible" acierta en un diagnóstico: es beneficioso aumentar la eficiencia de las empresas africanas, y para ello podría resultar muy útil su presencia en internet a través de una página web. El problema es en cómo implementar esta idea: la ONG decidió recurrir a voluntarios alemanes para crear las páginas web, que eran luego cedidas gratuitamente (gracias a que la ONG vivía del presupuesto público alemán, no lo olvidemos) a las empresas africanas que lo deseaban. La acción de la ONG, desde mi punto de vista, tuvo consecuencias catastróficas. Tomo las palabras de Sala i Martin: "gracias a su (sin duda bien intencionada) intervención, Emmanuel ve como su empresa se arruina y 22 jóvenes africanos pierden su puesto de trabajo. Seguramente los alemanes nunca se dieron cuenta del mal que causaron a unos emprendedores que enviaron al paro". La ayuda de la ONG podría haberse canalizado de manera distinta, pero con unos resultados más exitosos, ya que los objetivos de unos y otros podían resultar perfectamente compatibles: la ONG, por ejemplo, podría haber contratado a la empresa de estos jóvenes africanos para que diseñara las páginas web, y después podría regalárselas a las empresas de dicho continente. Lamentablemente, no pensaron mucho cómo llevar a cabo su proyecto y los resultados de esta "cooperación internacional" se saldó con la ruina de unos jóvenes emprendedores, que habían levantado de la nada su empresa. Y, no lo olvidemos, la práctica de la ONG hubiese estado prohibida si los destinatarios del producto final viviesen en un país desarrollado. Lo triste de la historia es que este fiasco en la cooperación internacional no es un caso aislado. Son multitud los ejemplos de este tipo, ya que con frecuencia a la hora de "ayudar" al tercer mundo nadie se pregunta qué es lo que necesitan esos países, o cómo es la mejor forma de ayudarlos. Otro día puedo traer a este blog más ejemplos. [post_title] => Una historia sobre la ayuda al tercer mundo [post_excerpt] => [post_status] => publish [comment_status] => open [ping_status] => closed [post_password] => [post_name] => una_historia_so [to_ping] => [pinged] => [post_modified] => 2023-12-13 13:42:48 [post_modified_gmt] => 2023-12-13 12:42:48 [post_content_filtered] => [post_parent] => 0 [guid] => https://economy.blogs.ie.edu/archives/2008/04/una_historia_so.php [menu_order] => 0 [post_type] => post [post_mime_type] => [comment_count] => 7 [filter] => raw )
Hoy quiero contar una historia. Imaginen los lectores de este blog de economía que un día despiertan con una buena idea empresarial y con el ánimo suficiente para intentar ponerla en marcha. Supongan que sus esfuerzos fructifican y que después de un inicio en solitario la demanda de su producto empieza a crecer y tienen que empezar a contratar a otras personas hasta alcanzar, tras dos años de duro trabajo, una plantilla de 22 trabajadores. Además las perspectivas de mercado son positivas, así que todo parece indicar que podrán seguir creciendo y generando empleo y riqueza en la región en la que han iniciado su proyecto empresarial. Y, además, habrá 22 familias, al menos, que también se benefician del éxtio de la idea.
Imaginen ahora que, de repente, una institución de un país extranjero aparece en su país ofreciendo gratuitamente su producto. ¿Cómo es posible ofrecerlo gratis a sus clientes? Porque resulta que la institución extranjera está subvencionada por su gobierno, por lo que no necesita generar ningún ingreso para sobrevivir. La consecuencia es previsible, su empresa, levantada con tanto esfuerzo, quebraría y los 22 trabajadores a los que han dado empleo irían al paro.
Algún lector estará pensando que lo que he descrito no puede suceder. La iniciativa extranjera sería prohibida por las autoridades que regulan la competencia en la UE, por ejemplo. O habría tribunales ante los que reclamar. Algo se prodría hacer, ¿no? Pues es curioso, porque esto que estoy contando es un hecho real. Y la institución extranjera que ofrece gratis los productos de la empresa perjudicada es de un país del núcleo duro de la UE. ¿A que es sorprendente?
La historia que les describo hoy aquí la ha dado a conocer Xavier Sala i Martin en un artículo en La Vanguardia el pasado mes de diciembre. En Accra (Ghana), en 2004, un joven con sus estudios de secundaria recién terminados y muy aficionado a la informática se le ocurrió desarrollar un negocio de creación de páginas web para las empresas de su región. La idea fue un éxito y en dos años había dado empleo a 22 jóvenes diseñadores de páginas web.
En paralelo, en 2006, una ONG creada por el gobierno alemán para fomentar el «desarrollo sostenible» acierta en un diagnóstico: es beneficioso aumentar la eficiencia de las empresas africanas, y para ello podría resultar muy útil su presencia en internet a través de una página web. El problema es en cómo implementar esta idea: la ONG decidió recurrir a voluntarios alemanes para crear las páginas web, que eran luego cedidas gratuitamente (gracias a que la ONG vivía del presupuesto público alemán, no lo olvidemos) a las empresas africanas que lo deseaban.
La acción de la ONG, desde mi punto de vista, tuvo consecuencias catastróficas. Tomo las palabras de Sala i Martin: «gracias a su (sin duda bien intencionada) intervención, Emmanuel ve como su empresa se arruina y 22 jóvenes africanos pierden su puesto de trabajo. Seguramente los alemanes nunca se dieron cuenta del mal que causaron a unos emprendedores que enviaron al paro».
La ayuda de la ONG podría haberse canalizado de manera distinta, pero con unos resultados más exitosos, ya que los objetivos de unos y otros podían resultar perfectamente compatibles: la ONG, por ejemplo, podría haber contratado a la empresa de estos jóvenes africanos para que diseñara las páginas web, y después podría regalárselas a las empresas de dicho continente. Lamentablemente, no pensaron mucho cómo llevar a cabo su proyecto y los resultados de esta «cooperación internacional» se saldó con la ruina de unos jóvenes emprendedores, que habían levantado de la nada su empresa. Y, no lo olvidemos, la práctica de la ONG hubiese estado prohibida si los destinatarios del producto final viviesen en un país desarrollado.
Lo triste de la historia es que este fiasco en la cooperación internacional no es un caso aislado. Son multitud los ejemplos de este tipo, ya que con frecuencia a la hora de «ayudar» al tercer mundo nadie se pregunta qué es lo que necesitan esos países, o cómo es la mejor forma de ayudarlos. Otro día puedo traer a este blog más ejemplos.
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