Ojeando estos días la prensa internacional, me encuentro con el tradicional ejercicio de repaso de los acontecimientos más importantes del año. Y me sorprende que en la versión electrónica de Financial Times, la noticia más leída del año no está relacionada con las turbulencias financieras que se iniciaron el pasado verano, ni con la escalada del precio del petróleo o las actuaciones de los bancos centrales en un contexto de máxima dificultad. No, el artículo más consultado es el que escribió el Interventor General del Estado americano (David Walker), America risks the fate of Rome, el pasado mes de agosto, en el que vuelve a retomar un clásico como es el de comparar el declive del imperio romano con la actual situación de la economía americana.
Historiadores importante como Paul Kennedy ya analizaron el auge y caída de los grandes imperios (“The Rise and Fall of the Great Powers”) aunque el estudio se centró en el período 1500-2000. Aunque nadie ha superado al clásico de Edgard Gibbon («The History of the Decline and Fall of the Roman Empire»).
Lo destacable es que esta vez las críticas provienen de un alto cargo de la administración americana, nombrado por un período de quince años y, por tanto, no susceptible de apoyar a algunos de los grandes partidos en pleno año electoral. Además, se trata de la persona que tiene la responsabilidad de ejercer el control interno de las cuentas públicas americanas y, por tanto, un profundo conocedor de los compromisos adquiridos en un horizonte de medio plazo. Y el mensaje es claro, la única superpotencia que existe actualmente, se enfrenta a importantes desafíos en los próximos años que pueden poner en peligro este rol. Según el autor, la política fiscal, medioambiental, sanitaria, energética o exterior deben experimentar importantes revisiones a corto plazo. Especialmente preocupantes van a ser las implicaciones sobre la estabilidad fiscal, de las jubilaciones de los “baby-boomers” que empezarán a producirse a finales de esta década.
De manera que se recomienda al nuevo presidente que priorice la responsabilidad fiscal y la equidad intergeneracional a la hora de empezar a tomar decisiones, lo que debe implicar la reforma de la Seguridad Social, y del sistema impositivo. Todo con un horizonte de largo plazo, con la máxima transparencia y el acuerdo de los dos grandes partidos. Ideas que se pueden aplicar en muchos otros países y que reflejan la necesidad de que la política económica se desligue del ciclo electoral. En este contexto, la depreciación del dólar puede ser una señal del aumento de la desconfianza sobre el futuro de EEUU, aunque a corto plazo pueda tener efectos positivos. Mientras tanto y, en la línea de las sabias recomendaciones del profesor Pampillón, no estaría mal en estas fiestas volver a ver el clásico de Denys Arcand (El declive del imperio americano) y su secuela (Las invasiones bárbaras). No tienen mucho que ver con economía pero son dos interesantes películas.
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