Ya desde antes del verano existía la sensación de que estábamos ante un punto de inflexión en el ciclo de actividad español. Las claras señales de enfriamiento del mercado de la vivienda eran el anticipo de un ajuste después de trece años de expansión. Ajuste por otra parte necesario, teniendo en cuenta los lógicos desequilibrios que se van acumulando en ciclos largos de crecimiento. En ese momento, la mayoría de análisis coincidían en que el aterrizaje iba a ser suave y, que la “destrucción creativa” inherente a las etapas bajistas del ciclo económico, podía ayudar a equilibrar un modelo excesivamente dependiente del ladrillo.
Un trimestre después, estamos empezando a evaluar los efectos que puede tener la tormenta financiera de este verano sobre un ciclo en plena fase de ajuste y, evidentemente, la opinión generalizada es que nos veremos obligados a revisar a la baja las previsiones de crecimiento. Hasta aquí todos de acuerdo. Pero quizás todavía no somos conscientes de que en un momento de restricción del crédito las economías más vulnerables son aquellas que dependen más de la financiación internacional. Las noticias de los últimos días, con emisiones anuladas de grandes bancos españoles en mercados mayoristas, reflejan que el crédito esta empezando a escasear y se encarece de manera notable. Y esto es preocupante para un país con un déficit de balanza por cuenta corriente equivalente al 10% del PIB. Todos esperamos que la situación en los mercados financieros se vaya normalizando en las próximas semanas, pero en caso contrario, el ajuste del PIB español puede ser más intenso de lo esperado.
Comentarios