Durante la última década y media Finlandia ha mantenido uno de los mayores índices de competitividad del mundo, al tiempo que ha experimentado un crecimiento superior al de la media europea. Este crecimiento económico ha servido para mantener un elevado nivel de bienestar a pesar de diferentes hechos desfavorables en su escenario macroeconómico más reciente. La entrada en vigor del Euro y la progresiva revalorización de su valor frente al dólar, la corona sueca y el rublo, ha penalizado progresivamente el valor de las exportaciones finlandesas y su competitividad exterior. Por otro lado, las exportaciones de madera y acero han disminuido progresivamente y la explosión de la burbuja electrónica en 2000-2001 provocó la caída de las exportaciones del sector electrónico en el ejercicio siguiente.
Sin embargo, los niveles de bienestar se mantienen razonablemente, al tiempo que la presión fiscal se ha moderado. La explicación a esta cuadratura del círculo se encuentra en el comportamiento de la demanda privada y en las políticas desarrolladas en el lado de la oferta.
Así, el nivel de confianza de la demanda privada, el relativamente bajo endeudamiento de las familias, los moderados tipos de interés y la ayuda de una presión fiscal decreciente, colaboraron para que el consumo privado tirase de la economía durante los últimos ejercicios. Paralelamente, las políticas estructurales llevadas a cabo durante la última década han llevado al progresivo aumento de la competitividad de las exportaciones finlandesas. Finlandia ha otorgado una enorme importancia a la educación y a la investigación, alcanzando su inversión en I+D un 3,5% del PIB de forma constante durante los cinco últimos años, con una participación de la inversión privada del 50%. Por otra parte, la reforma laboral orientada a la contención salarial y la equiparación de sus costes laborales a los del resto de Europa contribuyeron definitivamente a la mejora de la competitividad en un país que desde finales de la década de los 1980 apuesta decididamente por la exportación de bienes electrónicos y de derivados del metal y otros productos de la ingeniería (en los que el componente humano supone un elevado coste).
El aseguramiento del desarrollado estado de bienestar finlandés reside en buena parte en la confianza de sus consumidores en su economía y en la asunción que hacen de los elevados tipos impositivos. La conjunción de todos estos factores garantizan a medio plazo la existencia de una demanda doméstica suficientemente consistente como para soportar las cargas del sistema social. Aún así, el gobierno está buscando el aumento del consumo interior mediante ligeros ajustes fiscales. Todo ello ejerce un efecto amortiguador contra el ciclo económico que asegura cierta constancia en los niveles de consumo y, por tanto, ayuda a la planificación de los ingresos del erario público y del sistema social.
Sin embargo, varias son las razones que permiten cuestionar que este elevado nivel de vida pueda ser sostenible en el tiempo. Uno de sus principales problemas radica en su estructura socio-demográfica. Las cifras muestran que la población finlandesa, de poco más de 5 millones de habitantes, está envejeciendo, siendo sólo el 18% de la población menor de 15 años. Esta tendencia acrecienta las presiones sobre sus servicios sociales, en especial la asistencia por enfermedad y la jubilación. Por otra parte, la tasa de desempleo de Finlandia es relativamente elevada con respecto a países como Dinamarca o sus vecinos Suecos. Esto, junto con el reducido tamaño de su población, condiciona de nuevo las sostenibilidad a largo plazo del modelo. Por último, su elevada dependencia del sector de las telecomunicaciones, y en especial de NOKIA, que ha llegado a representar el 3,4% de su PIB, hace de Finlandia un país muy sensible ante una posible caída del sector.
(* Basado en un caso de discusión en clase desarrollado en colaboración con Manuel Cortés, José Rendueles y Fernando Valero, alumnos MBA del Instituto de Empresa.)
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