Según las cifras provisionales del Padrón Municipal que publicó ayer el Instituto Nacional de Estadística, la población residente en España a 1 de enero de 2007, ascendía a 45,12 millones de personas. De ellos, 40,63 millones eran españoles y 4,48 extranjeros. Éstos últimos aumentaron durante 2006 en 338.000, lo que hace que la población extranjera suponga casi el 10% de la población total. Por su origen, los cinco colectivos más numerosos son los marroquíes (576.000), rumanos (525.000), ecuatorianos (421.000), británicos (314.000) y colombianos (259.000).
Probablemente, las cifras del Padrón no sean todo lo exactas que nos gustaría y puede que tanto la población total, como el número de extranjeros sea mayor. Pero independientemente de ello, lo que es innegable, es que en apenas diez años la población extranjera asentada en España ha sufrido un incremento espectacular debido al fenómeno de la inmigración. En algunas comunidades autónomas, su peso supera claramente a la media nacional. Tal es el caso de Baleares, que tiene un 18% de población extranjera o de Murcia con un 15%.
En un reciente informe elaborado por el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, se recogía la visión que tienen los españoles sobre los inmigrantes; casi el 74% de los encuestados reconocía la destacada contribución de la inmigración al desarrollo económico español, pero el 62% opinaba que el número de inmigrantes era excesivo. La aportación que la inmigración ha hecho al proceso de expansión en el que se encuentra la economía española es innegable. Un estudio de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, indicaba que el 40% del crecimiento español en el periodo 2001-05 había sido debido a la inmigración. Por otra parte, en España, las críticas a la inmigración suelen ser un tema tabú y es difícil encontrar a responsables políticos o sociales clamando contra ella. Quizás por eso, porque es un fenómeno muy reciente y, sobre todo, porque la inmigración no sólo no ha creado paro, sino que ha ayudado a aumentar la empleabilidad de la población nativa, no se han producido apenas rechazos.
Las previsiones que maneja la administración hasta 2009, es que llegarán unos 700.000 nuevos inmigrantes anuales, de los que una parte sustancial vendrán debido a procesos de reunificación familiar. ¿Crecerá la economía lo suficiente para absorber ese flujo migratorio? ¿Cuántos inmigrantes más pueden venir a España? ¿Se pueden producir tensiones sociales, si el ritmo de crecimiento de la economía se desinfla? ¿Qué pasará entonces? Lo cierto es que el fenómeno inmigratorio ha sido tan inesperado, tan numeroso y tan intenso, que creo que ni la administración, ni la sociedad española, tienen una respuesta clara a estos interrogantes.
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