WP_Post Object ( [ID] => 4131 [post_author] => 13668 [post_date] => 2007-04-24 19:05:30 [post_date_gmt] => 2007-04-24 18:05:30 [post_content] => Lo más sorprendente de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebradas el domingo, no ha sido el nombre de los candidatos que han pasado a la segunda vuelta, sino la alta participación ciudadana, que se puede interpretar como un deseo de cambio en lo político, pero seguramente, también en lo económico. La economía francesa se ha venido comportando en los últimos seis años de forma bastante mediocre: un escaso crecimiento, un desempleo que se ha situado por encima de la media europea y unos elevados niveles de déficit público que han generado un alto volumen de deuda acumulada. El diagnóstico es claro: la economía está enferma, por lo que es necesario acometer importantes reformas. Y las recetas conocidas: reducir el tamaño del sector público y recortar el gasto público, reformar el mercado laboral (que es muy rígido, costoso y poco productivo gracias a las famosas 35 horas) y liberalizar los mercados. Pero una cosa es conocer tu problema y otra bien distinta, ponerle el cascabel al gato. Al fin y al cabo, los franceses son, ante todo, franceses, lo que quiere decir que va a ser muy difícil que acepten las reformas por las buenas. Dice el imaginario popular que en Francia es mucho más fácil hacer una revolución que una reforma, y algo de verdad debe tener el dicho a tenor de los resultados obtenidos en los últimos años. Pero la resistencia a las reformas no es sólo patrimonio de los franceses. En toda la Europa desarrollada ocurre lo mismo. Hoy he asistido a un seminario organizado por BlogEuropa.eu en el que Román Escolano, Director de Relaciones Corporativas del BBVA, ha hecho una magnífica radiografía sobre lo que le pasa a la vieja europa: el elevado peso del estado del bienestar lastra unas economías cada vez más envejecidas y en las que se trabaja menos que en otras zonas del planeta; sobre las reformas que se deberían aplicar (flexibilización del mercado de trabajo, mayor liberalización de los mercados y reducción de los gastos administrativos del estado del bienestar); y sobre las razones por las que es tan difícil ponerlas en marcha (resistencia a perder las conquistas sociales adquiridas por parte de los ciudadanos y a ceder más soberanía por parte de los gobiernos nacionales). Esto nos lleva a pensar que será tarea ardua implantar las reformas que la economía europea necesita, porque el coste político que conllevan será difícil de asumir por los gobernantes. La Francia de Chirac ha sido un buen ejemplo de ello y en España ocurre lo mismo: las decisiones más peliagudas se posponen en el tiempo. La cuestión a dilucidar es hasta cuando podremos estar sin acometer los cambios necesarios, una vez que se ha demostrado que nuestro actual modelo es insostenible. Dicho de otra manera, ¿estamos dispuestos a aceptar recortes en nuestro estado del bienestar de forma voluntaria, o lo mantendremos tal y como está, a costa de subir los impuestos y ralentizar nuestro crecimiento? ¿Qué debemos hacer? [post_title] => Francia y las reformas europeas [post_excerpt] => [post_status] => publish [comment_status] => open [ping_status] => closed [post_password] => [post_name] => francia_y_las_r [to_ping] => [pinged] => [post_modified] => 2023-12-13 13:55:06 [post_modified_gmt] => 2023-12-13 12:55:06 [post_content_filtered] => [post_parent] => 0 [guid] => https://economy.blogs.ie.edu/archives/2007/04/francia_y_las_r.php [menu_order] => 0 [post_type] => post [post_mime_type] => [comment_count] => 3 [filter] => raw )
Lo más sorprendente de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebradas el domingo, no ha sido el nombre de los candidatos que han pasado a la segunda vuelta, sino la alta participación ciudadana, que se puede interpretar como un deseo de cambio en lo político, pero seguramente, también en lo económico. La economía francesa se ha venido comportando en los últimos seis años de forma bastante mediocre: un escaso crecimiento, un desempleo que se ha situado por encima de la media europea y unos elevados niveles de déficit público que han generado un alto volumen de deuda acumulada. El diagnóstico es claro: la economía está enferma, por lo que es necesario acometer importantes reformas. Y las recetas conocidas: reducir el tamaño del sector público y recortar el gasto público, reformar el mercado laboral (que es muy rígido, costoso y poco productivo gracias a las famosas 35 horas) y liberalizar los mercados.
Pero una cosa es conocer tu problema y otra bien distinta, ponerle el cascabel al gato. Al fin y al cabo, los franceses son, ante todo, franceses, lo que quiere decir que va a ser muy difícil que acepten las reformas por las buenas. Dice el imaginario popular que en Francia es mucho más fácil hacer una revolución que una reforma, y algo de verdad debe tener el dicho a tenor de los resultados obtenidos en los últimos años.
Pero la resistencia a las reformas no es sólo patrimonio de los franceses. En toda la Europa desarrollada ocurre lo mismo. Hoy he asistido a un seminario organizado por BlogEuropa.eu en el que Román Escolano, Director de Relaciones Corporativas del BBVA, ha hecho una magnífica radiografía sobre lo que le pasa a la vieja europa: el elevado peso del estado del bienestar lastra unas economías cada vez más envejecidas y en las que se trabaja menos que en otras zonas del planeta; sobre las reformas que se deberían aplicar (flexibilización del mercado de trabajo, mayor liberalización de los mercados y reducción de los gastos administrativos del estado del bienestar); y sobre las razones por las que es tan difícil ponerlas en marcha (resistencia a perder las conquistas sociales adquiridas por parte de los ciudadanos y a ceder más soberanía por parte de los gobiernos nacionales).
Esto nos lleva a pensar que será tarea ardua implantar las reformas que la economía europea necesita, porque el coste político que conllevan será difícil de asumir por los gobernantes. La Francia de Chirac ha sido un buen ejemplo de ello y en España ocurre lo mismo: las decisiones más peliagudas se posponen en el tiempo. La cuestión a dilucidar es hasta cuando podremos estar sin acometer los cambios necesarios, una vez que se ha demostrado que nuestro actual modelo es insostenible. Dicho de otra manera, ¿estamos dispuestos a aceptar recortes en nuestro estado del bienestar de forma voluntaria, o lo mantendremos tal y como está, a costa de subir los impuestos y ralentizar nuestro crecimiento? ¿Qué debemos hacer?
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