15
Abr

Hoy domingo, aparte de aconsejarte que leas el espléndido artículo (“Siguen las buenas noticias”) , de mi compañero de este blog de economía JUAN CARLOS MARTÍNEZ LÁZARO, que publica hoy El País (te lo puedes bajar aquí), te voy a contar una forma, seguro que hay muchas más, de como gestionar el mal humor. Se trata de una experiencia personal. Fue hace tiempo. Creo que era un experimentado profesor de Economía en una Escuela de Negocios. Los que dirigían me asignaron un grupo de ejecutivos para que les diera clase. A pesar de mi larga experiencia como profesor de Economía y también con ejecutivos, aquel grupo se me hacía muy difícil. No me concentraba, ellos no me seguían, no intervenían, no estudiaban los casos antes de la clase, etc. ¡Un desastre! Había 3 ó 4 participantes en el curso un poco “torcidos de gesto” que no hacía agradable mirarles a la cara; era una mirada como de “escepticismo constante”, que cansaba. Además, había un par de alumnos que preguntaban obviedades y que frenaban la clase y eso también me cansaba. Era evidente que no sintonizaba con el grupo; que faltaba “química”. Llevaba 4 clases (sesiones) y cuando entraba en clase me ponía de mal humor. Tenía una actitud negativa. El mal humor no solo perjudicaba mi capacidad de trabajo sino que contagiaba a los alumnos.


Como doy clases por que me divierte y me gusta, le comenté al Director del Departamento que si le parecía bien, lo dejaba y que otro profesor se hiciese cargo de dar las 11 sesiones restantes de Economía a ese grupo. Para que iba seguir amargándome. Me contestó, con una larga cambiada, diciéndome que no sabía que se podía hacer en esos casos pero que no le cabía ninguna duda de que yo era la mejor persona para dar esa asignatura y que tenía que darle salida a esa situación conflictiva.

¿Qué hice? Recordé que un amigo mío salió de una larga depresión síquica sobreactuando. Es decir, actuaba como si estuviese alegre, sin estarlo. Se reía, con una risa forzada, aunque no tenía ningunas ganas. Mostraba entusiasmo, sin tener ningún interés por las cosas. Y consiguió salir del hoyo. Hice lo mismo y empecé a entrar en clase actuando, mostrando entusiasmo por la clase, cualquier intervención de los alumnos, hasta las más tontas, la recibía con alegría y como una gran aportación al conocimiento y a la clase, le buscaba el lado positivo, sonreía, me inclinaba hacia delante y escuchaba. Exageraba hasta el punto de mostrarme histriónico. Resultado: los participantes en el programa se mostraron mucho más dispuestos a cooperar. Moraleja: La actitud positiva ante los alumnos fomenta la confianza, la participación, la creatividad y las ideas nuevas. En cambio, la negativa y malhumorada tiende a ser más pesimista y, por tanto, deprimente. Conclusión: Sea cual sea tu actividad, profesor, padre de familia, dependiente, etc. debes tener cuidado ¿Porqué? Por qué puedes “coger” el mal humor hasta sin darte cuenta. Cuando un profesor o un profesional se comporta de forma negativa –por ejemplo, frunciendo el ceño, alzando la voz o mostrando impaciencia-, está muerto. Ha fracasado. Solución: Tiene que cambiar su actitud. Afortunadamente el buen humor es contagioso. Al menos a mi es lo que me parece ¿Tú que piensas?

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