El próximo domingo, se cumplen 50 años del inicio del proceso de unificación europea. El 25 de marzo de 1957, Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, firmaron el Tratado de Roma, que ponía en marcha la entonces llamada Comunidad Económica Europea (CEE). El viejo sueño de colocar bajo un mismo paraguas a franceses y alemanes se hacía realidad. Las diferencias y los deseos de revancha entre ambas naciones habían sido los detonantes de tres conflictos en los últimos ochenta años: la guerra franco-prusiana en 1870, la Primera Guerra Mundial en 1914 y la Segunda Guerra Mundial en 1939. Los horrores vividos en la última contienda hicieron ver que la paz sólo podría mantenerse si se creaba un órgano bajo el que desarrollar la cooperación económica y política.
Aunque se han producido errores, la conclusión más evidente es que el proceso de unificación europea es la historia de un éxito, en el que el euro es su icono más representativo. No sólo porque hoy resultan inimaginables los conflictos armados entre sus miembros, sino también porque la cooperación económica y comercial ha incrementado de forma asombrosa el nivel de vida de los europeos y ha creado lazos y complicidades entre los distintos pueblos que la forman. Incluso la Unión Europea (nombre adoptado en 1991), ha reunido a los países, que tras el final de la Segunda Guerra Mundial, quedaron tras el telón de acero. Hoy son 27 los estados que forman parte de la Unión y en los próximos años veremos incorporarse a varios países balcánicos y probablemente a Turquía. Habrá, sin duda, quienes piensen que se podría haber avanzado más en aspectos sociales, políticos, institucionales o de cooperación, pero creo que podemos estar más que satisfechos.
Para España, que tras un largo y duro proceso negociador se incorporó junto con Portugal en 1986, la adhesión al club europeo ha sido lo mejor que le podía pasar. Desde luego en términos económicos, pero también en términos políticos, sociales y de modernización. No es de extrañar que, por ello, una gran mayoría de los españoles considere positiva la pertenencia a la Unión, y que el rechazo a Bruselas que campa por otras latitudes, aquí encuentre poco eco. En los próximos años la Unión Europea tiene ante sí retos formidables: su articulación institucional, la reinvención de su patrón de crecimiento en un mundo cada vez más globalizado, el problema del envejecimiento de su población, la delimitación de sus fronteras, la definición de su modelo energético, la lucha contra el cambio climático….Pero la cuestión que hoy centra el debate es si una vez conseguida la unión económica, comercial y administrativa, debería dejarse la cosa como está, o se debería profundizar en la integración hasta lograr una verdadera unión política. En otras palabras, ¿llegaremos a ver los Estados Unidos de Europa?
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