La elección del sistema cambiario –régimen de relación entre el valor de la propia moneda y el valor de las monedas de otros países– es una de las más importantes decisiones de política económica que cualquier nación debe enfrentar. Es, además, una decisión que con el paso de los años ha ganado en complejidad, a medida que ha crecido la integración del comercio internacional y de los mercados de capital mundiales.
Desde el final del sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods en los años setenta, han surgido nuevos problemas y también nuevas soluciones en este contexto. La llamada “dolarización plena” es una opción cambiaria consistente en el abandono oficial por parte de un país de su propio patrón monetario y la adopción del dólar estadounidense (US$) como moneda de curso legal. Implica además la conversión en US$ de todas las cuentas y deudas, públicas y privadas. Por lo tanto, el alcance de esta decisión va más allá del empleo extraoficial del US$ que observamos en muchos países en desarrollo o en algunas economías en transición al libre mercado. Este tipo de “dolarización parcial” surge de modo natural en respuesta a una inflación elevada, que eleva el costo de utilizar la propia moneda en las transacciones diarias, o frente a la inestabilidad económica del país, que lleva a los ciudadanos a buscar la protección de sus activos ante una eventual pérdida de valor de la moneda nacional.
Ventajas
Una ventaja inmediata de la dolarización es que elimina el riesgo de devaluación de la moneda del país, reduciendo la prima de riesgo que éste paga sobre los empréstitos del exterior. Esto supone tasas de interés más bajas tanto para el Gobierno como para los particulares. La reducción del coste de la deuda pública libera recursos estatales para otros fines más productivos, y las menores tasas de interés animan a empresarios y consumidores a endeudarse. Como resultado, se fomenta el crecimiento económico del país, en un entorno además de mayor estabilidad en los movimientos internacionales de capital.
En un plazo más largo, la dolarización de una economía debería limitar su exposición a crisis monetarias y de balanza de pagos. Al quedar eliminada la posibilidad de una fuerte depreciación o de una devaluación, se reduce el temor de una salida masiva de capital. Como hemos visto en Argentina, una perturbación de este tipo afecta gravemente a la estabilidad económica del país y, en muchos casos, acaba forzando la libre flotación de la moneda.
Con la dolarización, el país pierde la posibilidad de “monetizar” el déficit público, es decir, pierde la capacidad –peligrosamente inflacionista– de fabricar billetes para financiar el desequilibrio de sus cuentas. La dolarización refuerza por tanto la estabilidad de su sistema financiero, crea mejores condiciones para la inversión nacional y extranjera, y con ello sienta las bases para un mayor crecimiento futuro.
Una última ventaja destacable de este sistema cambiario es que, a largo plazo, facilita la integración económica con las economías estadounidense y mundial, gracias a los menores costes de transacción y a la estabilidad de los precios en US$.
Desventajas
La principal desventaja para un país que adopta el US$ como única moneda de curso legal es que cede su soberanía en lo relativo a las políticas monetaria y cambiaria. La Reserva Federal, el banco central estadounidense, no se opone en general a la dolarización de terceras economías, pero sí advierte que sus decisiones respecto a la cantidad y el precio del dinero de ningún modo tendrán en cuenta esa circunstancia. Así, ante una crisis de confianza que llevara a una retirada súbita de depósitos bancarios, las autoridades del país que dolariza no podrían garantizar la totalidad del sistema de pagos ni respaldar completamente dichos depósitos bancarios. El país pierde además el tipo de cambio como instrumento fundamental de política económica exterior, sometiendo parte de su competitividad vía precios a la evolución del US$.
Una segunda desventaja es la pérdida automática de los llamados “ingresos de señoreaje”. Se trata de las utilidades que recibe el banco central del país como resultado de su exclusiva en el derecho a emitir billetes, considerados como títulos de deuda que no devengan intereses. El coste económico de esta renuncia a emitir una moneda propia puede ser considerable y permanece en el tiempo mientras dure la dolarización.
Precisamente ésta, la duración de la medida, es uno de los principales inconvenientes de la dolarización. Dar marcha atrás en esta decisión es muy costoso, en términos económicos y de confianza. Esta irreversibilidad práctica es por otra parte la que otorga las ventajas del incremento en la credibilidad internacional del país.
Por último, no conviene olvidar que la moneda del país es a menudo un símbolo de identidad nacional, al que no toda la población está dispuesta a renunciar. La posibilidad de resistencia política a la medida es un elemento perturbador muy a tener en cuenta en las economías a las que nos estamos refiriendo.
Conclusión
Resulta imposible hacer una valoración neta de la dolarización como alternativa cambiaria. La respuesta en todos los casos dependerá de las características y circunstancias particulares de cada país. Sin embargo, sí es sensato afirmar que la dolarización no es, ni pretende ser, la cura a todos los males económicos de los países en vías de desarrollo. Únicamente bajo un planteamiento meditado y ordenado, construido sobre la base de unos parámetros económicos mínimamente saneados, un país emergente podrá recoger todas las ventajas y minimizar todos los riesgos de la dolarización.
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