Muy cerca del final de un año complicado, toca hacer balance e intentar anticipar los principales rasgos del escenario económico en 2011. Si nos ceñimos a la frialdad de los datos, debemos valorar positivamente el desempeño económico en los últimos doce meses, ya que el año 2010 se cerrará con un ritmo de avance medio de la economía mundial superior al 3,5% (-1,9% en 2009) y con el crecimiento volviendo a territorio positivo en prácticamente todas las principales economías del mundo. Por tanto, frente a las dudas de hace escasos meses sobre la posibilidad de una recaída del ciclo de actividad, la expansión ha ido consolidándose, aunque con enormes divergencias entre regiones e, incluso, entre países dentro de la misma área económica. Sin embargo, más allá de los datos, la sensación generalizada es que la recuperación está siendo muy compleja, con numerosos focos de inestabilidad que se han ido parcheando, pero ni mucho menos se han cerrado.
Las principales tendencias que se anticipan para 2011 son de continuidad. Es cierto que la actividad global podría desacelerarse una vez desaparecidos casi todos los estímulos fiscales, pero los países más dinámicos en 2010 continuarán siéndolo en 2011 y, a la inversa, ampliándose las brechas de crecimiento y las divergencias en el tono de las políticas económicas. Por si fuera poco, la principal economía del mundo será la única en retrasar durante al menos dos años más la consolidación fiscal. El resultado será un mantenimiento del equilibrio inestable en el que parece sumida la economía mundial desde el inicio de la recesión, con una importante volatilidad en el precio de los activos financieros.
Si el principal mensaje que nos dejó la crisis fue que el modelo de crecimiento anterior era insostenible, el complejo e inestable perfil de la recuperación deja a las claras que la digestión de los excesos anteriores llevará tiempo y obligará a realizar cambios de calado. La confluencia de medidas para abordar problemas cíclicos diferentes (subidas de tipos de interés en países emergentes, política fiscal expansiva en EEUU), con otras que intentan resolver desequilibrios estructurales (programas de ajuste fiscal en Europa, Basilea III, etc), pueden introducir tensiones y dar paso a nuevos episodios de inestabilidad en los mercados financieros si no se ponen en marcha con una coordinación adecuada. Y después de cada momento de sobrerreacción en los mercados, el ruido aumenta y es más difícil retornar al punto de partida, incrementando el riesgo de que la recuperación termine de manera abrupta.
Las claves para acabar con las tensiones financieras son conocidas por todos. En primer lugar, ahondar en la reducción de los desequilibrios por cuenta corriente entre países y, en este punto, es fundamental la aportación de las economías con amplios superávits (Alemania y China). En segundo lugar, se deben atajar las dudas sobre el proceso de construcción europea y, para ello, se debe trabajar en el medio plazo (mayor integración fiscal y de políticas sociales), pero sin olvidar el corto plazo y, por tanto, la dotación de la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera, así como el papel del BCE a la hora de cortar la especulación en el mercado de bonos. Por último y, sobre todo, mirando a la renta fija, sería muy importante que EEUU abordara la consolidación de las cuentas públicas a medio plazo. La duración e intensidad de la recuperación económica, así como el comportamiento de los mercados financieros, dependerá de la probabilidad que asignemos a la resolución exitosa de esas tres cuestiones.
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