La discriminación y segmentación que están realizando los mercados financieros desde finales del año pasado está teniendo importantes implicaciones macroeconómicas. La primera de todas ellas es un viraje completo en la percepción de los inversores sobre el estado de las finanzas públicas. De un aparente desprecio por el tremendo coste de los programas fiscales puestos en marcha durante los dos últimos años, hemos pasado en poco más de un semestre a la exigencia de señales de consolidación de las cuentas públicas y no sólo en el medio plazo. Esto ha provocado un cambio de orden en las ya famosas estrategias de salida. Ahora lo urgente es buscar la reducción de los déficits públicos y, por tanto, diferenciarse positivamente de los vecinos, mientras el buen comportamiento de la inflación y la debilidad del mercado de trabajo parece que retrasarán las subidas de tipos de los principales bancos centrales hasta el año próximo.
En este contexto, el castigo a los países periféricos de Europa y, especialmente a Grecia, ha vuelto a poner de manifiesto algunas debilidades del proceso de construcción europea, al no ser la UEM un área monetaria óptima. Siendo la mayor de todas las debilidades, la ausencia de un verdadero presupuesto europeo para responder a shocks de oferta o acontecimientos extraordinarios. Esta política fiscal comunitaria debería disponer de un mecanismo bien diseñado para limitar los problemas de “moral-hazard” y, por tanto, contar con la capacidad de imponer los programas adecuados de consolidación fiscal a los países incumplidores. E, incluso, los alemanes defienden la capacidad de suspender fondos de cohesión o derechos de voto.
Por tanto, sería algo parecido a la creación de un Fondo Monetario Europeo. Este debate se ha abierto en las últimas semanas, con posiciones enfrentadas, tanto en el ámbito académico, como político. Los que se oponen defienden que si ya existe un FMI, que además ya ha concedido fondos a países de la UE (aunque no de la UEM) como Letonia, Hungría y Rumanía y, tiene las capacidades técnicas para poner en marcha programas de estabilización: para qué duplicar esas funciones en Europa. Además, probablemente la creación de un Fondo Monetario Europeo conllevaría cambio en los Tratados y ya sabemos lo que cuesta aprobarlos. Los que apoyan la creación de un FME, aluden a que serviría para cubrir una ineficiencia en el proceso de construcción europea y, por tanto, para dar un paso adelante en el mismo. Además, si está bien diseñado serviría para complementar y/o sustituir un Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se ha saltado demasiadas veces a la torera en los últimos años (y no sólo por los países periféricos). Por último, los defensores de este mecanismo aluden a que Europa debe ser capaz de lavar sus trapos sucios y no tener que recurrir al FMI en caso de problemas, algo que sería impensable si, por ejemplo, Florida entrase en crisis.
Pero todavía más interesante en las últimas semanas es el debate entre las autoridades alemanas y francesas sobre los modelos de crecimiento en Europa. Algo que se puede aplicar perfectamente a la economía mundial, cuando hablamos de las últimas disputas entre las autoridades económicas chinas y las americanas. La pregunta es si modelos de crecimiento como el alemán (o como el chino), casi exclusivamente centrados en la exportación, van a facilitar el reequilibrio de los balances y, por tanto, la recuperación de los países a los que exportan. Es decir, si estos países no estimulan su demanda interna y ayudan a equilibrar los déficits externos de sus vecinos, estos últimos van a tener que reducir su dependencia externa vía ajustes muy importantes de la actividad y el empleo. O, lo que es lo mismo, probablemente esta crisis no finalizará del todo, mientras la demanda interna alemana no aporte más crecimiento o China ajuste de una vez por todas su divisa. Temas importantes para discutir en las próximas semanas.
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