Con ocasión del anuncio de una nueva reforma laboral después del Consejo de Ministros de mañana, hay que reflexionar sobre qué reforma necesitaría el país.
Es imposible negarlo: el mercado laboral español no funciona bien. En las tres grandes crisis desde que se aprobó el Estatuto de los Trabajadores, se ha constatado el mismo patrón: fuerte creación de empleo (temporal) en bonanza económica, y destrucción masiva cuando llega la crisis. España alterna entre el mayor creador de empleo de Europa y el mayor destructor. Es una historia conocida.
Pero además de no funcionar, el modelo español es profundamente injusto. Para compensar la seguridad excesiva de los trabajadores fijos, y muchas veces su productividad deficiente a un coste demasiado alto, se deja a los temporales en precario y con sueldos bajos. Estos desfavorecidos (jóvenes, mujeres e inmigrantes) no se pueden pagar una casa. No pueden hacer planes de futuro. Y encima cuando llega la crisis, son los primeros en perder el empleo.
¿Qué se puede hacer? Hemos reclamado durante décadas una reforma a fondo: nuevos contratos con un coste de despido más razonable, pero también mayor rigor contra el fraude laboral de las empresas. Ayudaría también una reforma del subsidio del paro y de la negociación colectiva. Evidentemente los mismos grupos influyentes se van a resistir.
¿Tendrá alguien la visión y el valor de hacerlo? Si no, tardaremos más en salir de esta crisis y volverá a repetirse el escenario en la siguiente. El coste del continuismo es inaceptablemente alto, tanto en términos económicos como en la injusticia para los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
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