La buena acogida que los mercados dispensaron a los acuerdos de la reciente cumbre del G-20 en Londres ha dado paso, apenas unas horas después, a noticias y previsiones económicas nada halagüeñas, tanto en España como fuera de nuestras fronteras. Por ejemplo, en EEUU se publicaban este viernes los últimos datos de desempleo. Según las estadísticas del Departamento de trabajo de ese país, el número de desempleados aumentó el pasado mes de marzo en prácticamente 700.000 personas, hasta alcanzar la cifra de 13,2 millones, esto es, una tasa de paro del 8,5%, máximo registrado desde la segunda crisis del petróleo a inicios de los 80. Esto significa que en el transcurso de los últimos 12 meses se ha producido en el desempleo en EEUU un incremento de 5,3 millones de personas (3,4 puntos porcentuales en la tasa de paro).
Las previsiones del Banco de España.
El viernes también traía motivos de preocupación para nuestro país. El Banco de España, en su boletín económico mensual correspondiente a marzo, ha incluido un informe de proyecciones para la economía española que empeora notablemente el escenario previsto para el bienio 2009-2010. Si las proyecciones de la entidad presidida por Miguel Ángel Fernández Ordóñez son certeras, terminaríamos el presente año con una caída pronunciada del PIB (3%) que mantendría su inercia en 2010 con una caída algo menor (1%). En términos del mercado de trabajo, esta contracción de la actividad podría suponer una destrucción de empleo en 2009 y 2010 (5,2% y 2,1% respectivamente) que llevaría las tasas de paro hasta el 17% al término del presenta año y hasta muy cerca del 20% en 2010.
Este escenario recesivo tendrá una parte positiva –triste consuelo– en la disminución de los principales desequilibrios que la economía española acumuló y los políticos descuidaron en la prolongada etapa de expansión previa. La contracción del gasto del sector privado permitirá reducir el tremendo endeudamiento actual. La consiguiente apatía de la demanda interna recortará el déficit exterior en la balanza de bienes y servicios, acabando además con las presiones inflacionistas que en los últimos años restaron competitividad a los productos españoles. Por el contrario, se perderá el equilibrio presupuestario, de modo que la necesidad de financiación de las AAPP podría acercarse al 9% del PIB al cierre del ejercicio 2010.
En cualquier caso, todo esto pone de manifiesto que los males de nuestra economía hunden sus raíces en deficiencias específicas, que precisaban de una corrección. Desgraciadamente, la misma se está produciendo de manera muy brusca y costosa, y no es fácil determinar cuándo terminará dada la enorme incertidumbre reinante no sólo en España, sino en el conjunto de la economía mundial.
Como ven, pocos motivos para el optimismo. Esperemos que este negro panorama sirva para que nuestros gobernantes se pongan definitivamente las pilas y tomen medidas de verdadero alcance. Confiar en que una hipotética recuperación internacional solucione nuestros problemas no es sino hacerse ilusiones faltas de realismo -lo que los anglosajones llaman wishful thinking-. Y, aunque a alguno no le guste escucharlo, lo cierto es que las ilusiones no nos van a sacar de ésta.
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