Hace poco citábamos, en este blog de economía, el libro “Happiness: Lessons from a new science (Penguin, 2005)”, del profesor Richard Layard (Director del Centre for Economic Performance de la London School of Economics). Este economista trata de dar respuesta en ese libro a la siguiente pregunta ¿por qué el aumento de la riqueza no va acompañado siempre de un incremento de la felicidad? Layard señala que hay mucha gente que asocia felicidad con tener más que el vecino o colega, es decir, ser más rico, tener un puesto más alto que el de los demás y que esto se note. Es decir, se es feliz si se ocupa el primer lugar o si no se ocupa estar al menos por encima de los demás en cuanto a dinero, posición social o profesional. En definitiva, se es feliz si se es más. Pero, puesto que ganar (ser el primero o estar por encima de los demás) no siempre es posible (la mayoría de la gente no está entre ese grupo tan privilegiado) entonces resultará que la mayoría de la gente no será feliz. Es decir, si la felicidad está en la comparación social -énfasis en competir y vencer- la mayoría seríamos infelices. Por tanto, la filosofía de la competitividad no solo no aumenta la felicidad para la mayoría de los mortales, sino que la disminuye.
Acabo de leer un artículo de mi amigo y colega Alberto Ribera en el número de octubre de 2007 de la revista Nuestro Tiempo titulado “Felicidad, competencia y competitividad” que arroja bastante luz sobre tema tan vital. Para Ribera la competencia tiene que ver con la idoneidad para el ejercicio de una determinada tarea. Competencia significa pericia. Cuando uno procura ser bueno o mejor de lo que ya es en lo que le compete es más competente. En este sentido podríamos decir que está compitiendo consigo mismo y es más competente pero no más competitivo. El competente da, parafraseando a Marx, según sus posibilidades. En cambio la competitividad es el deseo de ser el que más y mejor compite, es decir, el que posee las habilidades para ganar en la competición, o triunfar sobre los competidores. Competitividad significa rivalidad o contienda.
Evidentemente la competitividad no es algo malo en sí mismo. Si lo fuera no tendrían sentido la mayoría de los deportes. Tampoco se justificarían las oposiciones ni el sistema de evaluación a través de la campana de Gaus. Pero tengo para mí que es más fácil ser feliz, auténticamente feliz, siendo competente que siendo competitivo. La felicidad tiene que ver más con lo que uno consigue con sus propias facultades que con el afán de ser el primero. Entre otras cosas porque, como he dicho más arriba, suele ser uno solo el que gana o un pelotón de cabeza de triunfadores. Estos privilegiados serían los únicos destinados a ser felices; los demás los del medio y los de la cola no podrían serlo. Por tanto, parece más sensato que busquemos la felicidad siendo competentes. Seremos felices si estamos contentos con nosotros mismos, con lo que hacemos.
Ribera señala en el artículo que por desgracia, muchos males de este mundo derivan de la competitividad. El que es competitivo busca triunfar, no por el gusto de saber que saca partido a sus propias posibilidades, sino por ganar a los demás. Ya lo escribió John Stuart Mill, “sólo son felices las personas que piensan en la felicidad de los otros o en mejorar la humanidad”. Es difícil, por ejemplo, ser feliz si se vive pendiente del que dirán los demás. Se es feliz cuando se está contento con lo que uno hace.
Un buen ejercicio que propone Ribera para ser feliz es reírse de uno mismo y no tomar demasiado en serio los propios éxitos y fracasos. Es preciso desarrollar el sentido del humor, no para reírse de los demás sino para reírse de uno mismo. Por último hay que pensar también que normalmente uno llega a donde llega gracias a su capacidad (competencia) pero también a la ayuda de otras personas conocidas (padres, profesores, amigos, colegas, etc.) y desconocidas. Quizá no esté de más recordar aquí que es de bien nacidos el ser agradecidos. Las personas agradecidas también suelen ser más felices.
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