“Argentina fue siempre un inmenso interrogante para los países europeos. No se entendía porque, pese a sus riquezas, el país era sólo conocido por sus crisis, por sus desplomes…”. Con estas palabras, empezó ayer su intervención Cristina Fernández, en el almuerzo al que asistí con Rafa Pampillón. Desgraciadamente, no me pude quedar al coloquio que se celebró a los postres porque tenía clase en el Instituto, por lo que sólo oí su discurso. Había leído cosas sobre su carrera política y tenía bastante interés en escuchar las propuestas, de la que probablemente, será la próxima inquilina de la Casa Rosada. Pero lo que oí, no me gustó nada.
Y no me gustó, no porque no desgranara ninguna de sus propuestas electorales, más allá de “institucionalizar el modelo de acumulación económica con inclusión social”, que a Rafa dejó tan perplejo, sino porque durante los 40 minutos de su discurso, no hizo sino justificar las políticas de su marido. Todo lo bueno que ha pasado en Argentina en estos últimos cuatro años ha sido gracias al Presidente. De lo malo, ni una sola palabra. Y la culpa de todo, siempre de los demás: de Estados Unidos, de los que hicieron y mantuvieron la conversión peso-dólar, del Fondo Monetario, de los que prestaron a la Argentina con altas tasas de interés…
Desde luego que su estilo es más agradable que el de su marido. Sólo hay que recordar la actitud de Néstor Kirchner durante la reunión que tuvo con los empresarios españoles con intereses en Argentina, en su primera visita a España al poco de ser elegido. Actitud, que por cierto, también fue justificada ayer por su señora. Pero más allá de su estilo, sólo soy capaz de apreciar más populismo a la argentina. Nada parecido a lo que veo en Lula o Bachelet. Espero que sólo sea una mala impresión y que su futura gestión sirva para arreglar, de una vez por todas, los problemas de Argentina, aunque no soy optimista. No se porqué, pero creo que Argentina seguirá siendo para mí, un inmenso interrogante.
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