Hace unos días planteaba Juan Carlos Martínez en este blog de economía unas interesantes preguntas, de gran calado, sobre cómo se puede ayudar a África. ¿Deberían destinarse más fondos a ayuda al desarrollo? ¿Debería fomentarse la inversión privada? ¿Deberían abrirse nuestras fronteras a productos agrarios del tercer mundo? Vamos a ir profundizando poco a poco en posibles respuestas a estas preguntas. Para ello creo que es útil aportar información sobre la evidencia empírica en este campo, muchas veces olvidada cuando se discuten, como hacemos en este blog de economía, estas cuestiones.
Muchas veces la solución más evidente a los problemas no es la auténtica solución. Un ejemplo: muchos países africanos son pobres, entonces la “solución” debería ser darles más dinero. ¿Por qué? Bueno, esto podría justificarse desde un punto de vista teórico, y así se ha hecho durante décadas: si el crecimiento económico es función de la inversión, y si los países pobres no pueden permitirse destinar recursos a esta finalidad, entonces la ayuda internacional puede cubrir esa “brecha”, con lo que la ayuda estaría promoviendo el crecimiento y desarrollo de los países más atrasados.
Esto suena bien, ¿verdad? Ciertamente. Sin embargo, la realidad de décadas ha puesto de manifiesto que este mecanismo hace aguas por los cuatro costados. De hecho, este planteamiento se deriva de un antiguo modelo de Harrod y Domar, todavía utilizado por algunas instituciones internacionales como punto de partida de sus razonamientos. Curiosamente, el propio Domar pasó décadas intentando infructuosamente aclarar que su modelo ni fue concebido ni pretende explicar el crecimiento a largo plazo de una economía.
La evidencia empírica apunta a unos resultados bien distintos, ya que la idea de que la ayuda internacional genera inversión en los países beneficiarios ni siquiera se sostiene a la luz de los datos. Peter Boone, en un importante estudio de 1996 (Politics and the Effectiveness of Foreign Aid), puso de manifiesto que la ayuda internacional al desarrollo no incrementaba significativamente la inversión o el crecimiento, sino que incrementaba la dimensión del gobierno beneficiario. La ayuda suele acabar incrementando el consumo, no la inversión productiva. Esa es la experiencia de las últimas décadas.
A modo de reflexión, y antes de continuar mañana con este complicado asunto, les dejo un dato. De acuerdo con William Easterly (un brillante economista que fue invitado a abandonar su puesto en el Banco Mundial tras defender que la ayuda al desarrollo no estaba logrando los objetivos previstos), en su notable obra The Elusive Quest for Growth, de 2001, ha estimado, utilizando los modelos teóricos mencionados, cuál sería la renta per cápita de Zambia de haberse canalizado toda la ayuda internacional al desarrollo que recibió dicho país hacia inversiones productivas. Pues bien, los resultados indican que en vez de ser un país paupérrimo, con un renta per cápita de poco más de 600 dólares al año, tendría una renta per capita de más de 20.000 dólares al año.
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