En un artículo un poco largo y algo académico aparecido en el diario El Mundo de hoy (en las páginas 4 y 5) se pone de releive que la victoria de Fredrik Reinfeldt, líder del principal partido de la oposición en las elecciones suecas, va a provocar una oleada de privatizaciones y cambios en el sistema de bienestar del país nórdico. Hasta ahora, como es sabido, ha venido funcionando una versión extrema de estado increíblemente generoso, que cuida al ciudadano «de la cuna a la tumba».El Estado ha engordado mucho en Suecia: el gasto público sobre el PIB, es del 59%. Además, controla buena parte de las empresas del país. Reinfeldt ha prometido una reestructuración para las 57 compañías que dependen del Gobierno central y los 200.000 empleados que en ellas trabajan. Además privatizará un gran número de estas empresas públicas.
El líder del nuevo Gobierno conservador ha manifestado en campaña electoral que ve las privatizaciones como un instrumento necesario para aumentar la eficiencia del aparato productivo y es partidario de extender la propiedad de las empresas a un mayor número de ciudadanos y limitar el poder del Estado sobre la economía. Se trata de privatizar todo aquello que no tiene fundamento para permanecer en el ámbito público. El sector público no tiene por qué tener bancos (el Estado sueco posee el 19,5% de Nordea, el mayor grupo financiero nórdico), fábricas de pasta de papel, empresas de telecomunicaciones (el Estado sueco posee el 45,3% de TeliaSonera) o compañías aéreas (21% de SAS). Es poco defendible que el Estado se dedique a esas actividades y privatizarlas parece lógico.
La nueva dinámica económica de la globalización está creando un Nuevo Estado de Bienestar Competitivo, donde la lógica del universalismo estatal protector característico del Estado de Bienestar tradicional, evoluciona hacia sistemas más privatizados. Y al igual que el Estado del Bienestar sueco fue admirado e imitado, tal vez no merezca menos su reforma.
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