El Brexit ha desequilibrado al estructura institucional y financiera europea. Y, con los desequilibrios, surgen las oportunidades. Instituciones europeas establecidas en Londres tendrán que ser reubicabas. Bancos internacionales, agencias de inversión, aseguradoras, delegaciones de multinacionales, plantas industriales tendrán que buscar ubicación dentro del entorno de la zona euro. Algunos de nuestros políticos han visto ya esta oportunidad y han comenzado a posicionarse.
Aun así, este desequilibrio tiene un calado diferente. Algunos países y buena parte de los funcionarios europeos han visto el Brexit como una manera de soltar el lastre que ha impedido a la UE y a la Unión Monetaria seguir avanzando en el sueño europeo. Y, ahora, se proponen intentar dar un salto más hacia la unión bancaria, la armonización fiscal y la unión política, entre una serie de países elegidos.
Es la hora de España. Hemos encontrado nuevamente lo que nos une. Un proyecto de país suficientemente sugerente para unir voluntades y disolver todas aquellas divisiones que hemos estado construyendo en los últimos años.
Si miramos atrás, en los dos ciclos de crecimiento anteriores siempre tuvimos un reto internacional que nos unía y nos ayudaba a dejar de lado nuestras históricas diferencias. Entre 1982 y 1992, España entro en la CEE, en la OTAN y se posicionó en el entorno internacional, entre los grandes países occidentales, organizando en el mismo año una Exposición Universal y una Olimpíada. En el segundo ciclo, entre 1994 y 2007, cumplió el sueño de entrar entre los socios fundadores de la Unión Monetaria Europea y utilizar la misma moneda de esos mismos países que, unos años atrás, nos originaban tantos complejos. Siempre un proyecto de país que nos unía. Siempre un proyecto que miraba al horizonte internacional. A partir de 2009 fue diferente. Sin proyecto de país, hemos ahondado en todo lo que nos divide: que es mucho. Y hemos dejado de lado todo lo que nos une: que es mucho más. Era la primera vez en estas décadas democráticas en que teníamos que enfrentarnos a nosotros mismos. Y, por lo visto en estos últimos años, no somos capaces de hacerlo con espíritu comprensivo, constructivo y tolerante. Algo que estamos demostrando cada día aunque nos duela reconocerlo.
Sin embargo, el Brexit nos ha brindado una oportunidad única para encontrar un nuevo proyecto de país. Lejos de pedir aplazamientos para no cumplir con los principios de reequilibrio presupuestario, debemos hacer un esfuerzo común para alcanzar este reequilibrio rápidamente y poder aspirar así a entrar en los países que van a conformar el nuevo gran país europeo. Tenemos que jugar a que Madrid y Barcelona se conviertan en dos grandes ciudades financieras e institucionales que atraigan inversiones, empleo, ideas y talento. Es el momento de España. Un momento en que debemos poner sobre la mesa de las negociaciones del nuevo Gobierno estos objetivos y enviar una señal nítida y clara a los dos grandes países europeístas, de que queremos avanzar con ellos. Que sea evidente que no vamos a ser un problema para ellos, que no queremos rendirnos ni protegernos, que no queremos asaltar el poder, sino asaltar el futuro.
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