Los problemas de la economía española, que en los mercados financieros han tomado la forma de desconfianza hacia la sostenibilidad de nuestra deuda pública, hunden sus raíces en un mal conocido desde hace años: nuestra falta de competitividad derivada del paupérrimo avance de la productividad (sin mejoras de la productividad, es imposible crecer a un ritmo adecuado para ganar capacidad de afrontar con holgura la devolución de la deuda).
En efecto, la productividad de la economía española, tanto en términos de la productividad aparente del trabajo como de la productividad total de los factores, ha dado muestras de una total atonía durante mucho tiempo. Los malos registros en ese ámbito han quedado en un segundo plano mientras el crecimiento del empleo permitía avances importantes del PIB agregado y per cápita. Sin embargo, esa era necesariamente una situación transitoria, ya que las ganancias de producción per cápita vía empleo son limitadas (las tasas de empleo y de actividad no pueden ir más allá del 100%). En el medio y largo plazo, una economía sólo puede avanzar en sus niveles de bienestar si es capaz de impulsar su productividad.
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