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La Fed no modifica su política monetaria, el BCE tampoco.

La Reserva Federal (Fed) decidió ayer mantener sin cambios las líneas maestras de su política monetaria: tipo de intervención entre el 0% y el 0,25% —con perspectiva de no alterarlo durante un período de tiempo prolongado— y continuidad de su actual programa de compras de títulos de deuda pública hasta completar en junio adquisiciones por valor de 600.000 millones de dólares. Ha reconocido que la economía presenta una base de crecimiento más sólida y que han aumentado las presiones sobre los precios derivadas del encarecimiento de las materias primas, pero considera que se trata de presiones transitorias, que la inflación subyacente continúa demasiado baja y el desempleo demasiado alto.

En definitiva, se trata en lo sustancial del mismo mensaje que en reuniones anteriores, lo que, en combinación con los más recientes temores sobre los riesgos para el crecimiento global, ha llevado al mercado a no anticipar una subida de tipos hasta marzo o abril.

Foto: Ben Bernanke (Presidente de la Fed)

Diferencias entre el BCE y la Fed

Contrasta el rumbo firme de la Fed con las turbulencias que experimentan los mercados —crisis de la deuda europea, conflictos del norte de África y Oriente Próximo, precios de las materias primas, catástrofe de Japón— y con la reciente reacción del Banco Central europeo (BCE), manifiestamente preocupado por las presiones inflacionistas. Hay dos razones principales que explican este contraste. La primera razón es que la Fed tiene como objetivos la inflación y el empleo, mientras que el BCE sólo es responsable de la primera. Las actuales amenazas globales amenazan a ambos objetivos y en cierto modo se compensan desde el punto de vista de la Fed. Para el BCE, que sólo tiene un objetivo —la inflación—, la compensación es menos clara; es verdad que el menor crecimiento también tiende a reducir la inflación, pero se trata de una relación menos directa. La segunda razón del contraste entre ambas actitudes es que la inflación europea es en estos momentos superior a la de EEUU y que, además, el crecimiento europeo está más cerca de su nivel potencial; es decir, que está más cerca de generar inflación.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, la mayor parte de las diferencias entre ambos bancos centrales encuentran justificación, si bien aún queda probablemente margen para la crítica: el BCE puede estar siendo demasiado insensible a la realidad de que las presiones inflacionistas son exógenas y al riesgo de que un menor crecimiento en los próximos meses pueda acabar conduciendo a niveles de inflación por debajo de su objetivo.

En cualquier caso, puede aventurarse, como están haciendo los mercados, que si las incertidumbres generadas por la crisis japonesa no remiten en las próximas semanas, el sentido común llevará al BCE a no cumplir su reciente amenaza de subir tipos en abril.