En el transcurso de los últimos veinte años, aproximadamente, hemos asistido a un enorme incremento del nivel de exigencia que los consumidores muestran para con los productos y servicios que adquieren y para con las empresas. En el desarrollo de ese fenómeno han influido muchos y diversos factores, entre los que destacaría el avance del nivel de vida y el acceso a cantidades ingentes de información, vía Internet por ejemplo.
Sin duda, esto ha sido muy positivo, pues ha servido de gran acicate para que las empresas trataran de responder de manera eficiente a consumidores preocupados no sólo por el precio, sino por otros muchos aspectos, como la calidad, la seguridad, etc. En pocas palabras, ha sido un impulso favorable para el buen funcionamiento de la competencia. Aunque es cierto que en algunos sectores ese fácil acceso a mucha información, no siempre adecuada ni de calidad, ha generado importantes problemas. Es el caso, por ejemplo, de la sanidad, campo en el que los profesionales se ven sometidos a fuertes presiones por parte de pacientes que manejan una información equivocada acerca de su propio estado o de las posibilidades de tratamiento existentes para su enfermedad.
¿Sabemos enfrentarnos a las decisiones de corte financiero-económico?
Hay un ámbito, sin embargo, en que no se observa ese nivel de exigencia o concienciación por parte de los consumidores. Me refiero al sector financiero. Cuántos males se hubiesen evitado si los clientes de bancos y cajas de nuestro país hubiesen sido más conscientes de los productos y créditos que adquirían, y de lo que podría ocurrir si se diera un cambio de ciclo tan abrupto como el que hemos vivido. Es cierto que el problema al que aquí nos enfrentamos es siempre complicado, dada el impacto que tienen en el sector financiero los problemas de información asimétrica. Pero hay una forma –y no me refiero a la regulación- en que podría haberse atenuado el problema: la formación económica y financiera.
En general, el ciudadano medio desconoce los principales conceptos de la economía y las finanzas, a pesar de la decisiva influencia que las decisiones que tome en esos ámbitos van a tener para su vida cotidiana. ¿Cuántas personas se habrán preocupado, en el momento de suscribir una hipoteca, de calcular cómo cambiarían sus cuotas mensuales ante una subida de tipos? ¿Cuántos ciudadanos de a pie comprenden las noticias económicas en toda su dimensión y en las consecuencias que para ellos pueden tener? Lo que es peor, no pocas personas con importantes responsabilidades públicas o sociales también muestran un preocupante desconocimiento de principios económicos y financieros esenciales.
A la luz de todo lo anterior, me parece absolutamente imprescindible mejorar la formación en estos temas. Se debieran incluir más cuestiones de economía y finanzas en los programas de la educación secundaria (incluso de la primaria). Y ni siquiera es necesario crear asignaturas propias, sino que podrían introducirse como formación transversal en asignaturas ya existentes. Por ejemplo, los programas de matemáticas podrían incluir más aplicaciones a las matemáticas financieras, aclarando que son los tipos de interés, cómo se utilizan para calcular descuentos y capitalizaciones, etc. También podría aprovecharse la publicación de datos económicos para comentar y aclarar en otras asignaturas diversos conceptos importantes, como la inflación.
Somos humanos y sujetos por tanto a errores de todo tipo, también en la toma de decisiones económicas. A veces nos puede un optimismo exagerado, otras un total pesimismo; en ocasiones mostramos excesiva confianza, en otras demasiada precaución. Pero seguro que un mejor conocimiento de la realidad nos ayuda a elegir mejores opciones. ¿Estáis de acuerdo? ¿Creéis interesante la introducción de estos temas en los programas educativos? ¿Estudiasteis algo de economía en la secundaria?
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