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¿No hay techo para la inflación?

Hoy hemos sabido que el IPC armonizado de julio elevó su tasa de variación interanual en dos décimas hasta el 5,3%, máximo desde que existe la serie (doce años) y la mayor tasa de inflación conocida en España desde septiembre de 1992. Aún no se dispone del desglose del dato, pero resulta evidente que es nuevamente el componente energético, como consecuencia del encarecimiento del petróleo, el principal responsable del repunte. Algo parecido ha sucedido en el conjunto de la Zona Euro, cuya tasa de inflación se ha elevado una décima hasta el 4,1%. Las subidas de precios suponen un lastre especialmente doloroso para una economía que, como la española, soporta un fuerte ajuste de su sector inmobiliario y un notable endurecimiento de sus condiciones de financiación. La cuestión es, por tanto, urgente: ¿va a seguir subiendo la inflación?


Por fortuna, la respuesta que parece más razonable es que el dato de julio puede haber marcado un techo para la tasa de inflación, que podría empezar a moderarse en agosto. La razón es muy sencilla: desde el pasado 11 de julio el precio del barril de petróleo, que había llegado a superar los 145 dólares, se ha moderado hasta llegar recientemente a aproximarse a 120 dólares. La moderación de la demanda real global y cierta corrección de la demanda especulativa parecen justificar esta evolución. De consolidarse, como resulta probable, este movimiento, la inflación española de agosto, que además deberá recoger una campaña de rebajas especialmente agresiva, bien podría moderarse en al menos dos o tres décimas. Bajo el supuesto de cierta relajación de los precios de los alimentos y del petróleo en los próximos meses (digamos que el barril acaba el año en 115 dólares) y de una inflación subyacente estable, cabría esperar incluso que la inflación española cerrase el ejercicio cerca, o hasta por debajo, del 4%.

La gran duda, sin embargo, es la importancia de lo que el BCE denomina “efectos de segunda vuelta”. Las subidas “no subyacentes” de la inflación (las concentradas en alimentos y energía) pueden acabar convirtiéndose en subyacentes si son lo bastante intensas y se prolongan durante el suficiente tiempo. Entonces terminan por impregnar todos los procesos productivos y la inflación se vuelve estructural. Una de las vías privilegiadas para que esto suceda la constituyen las negociaciones salariales, que en España tienden con demasiada frecuencia a buscar el mantenimiento de la capacidad adquisitiva de los salarios mediante subidas nominales que acentúan y consolidan el fenómeno inflacionista. Por suerte, aunque sólo desde el punto de vista de los precios, en el otro platillo de la balanza se encuentra una demanda agregada cada vez más debilitada (el consumo, la inversión y la demanda externa presentan malas perspectivas), de manera que las presiones inflacionistas tienden por esta vía a reducirse.

En definitiva, y aunque en los próximos años la inflación puede volver a ser un grave problema global, en lo que resta de año y en 2009 su tendencia más probable es a la baja.