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¿Qué prefieres energía barata o alimentos para todos?

Si te dieran a elegir entre energía más abundante y barata para los ricos o alimentos más baratos para los pobres ¿Qué elegirías? Sabemos que cada día que pasa los ricos tenemos que hacer un esfuerzo mayor para llenar el tanque de la gasolina, pero afortunadamente no nos va en ello lavida, mientras que los pobres están haciendo lo imposible por llenar sus estómagos. Desgraciadamente, cada vez más se destinan una parte más importante de los productos agrarios a la elaboración de biocombustibles para abaratar la energía a la vez que los precios de los alimentos alcanzan cotas elevadísimas nunca vistas hasta ahora.


Retomando la discusión del post del martes [1], parece que entre los blogeros una cosa empieza está clara: los biocarburantes son los culpables de los problemas de la escasez de alimentos y del aumento de los precios de los mismos. Con una rara unanimidad, los que escribimos en este blog y también los medios de comunicación nos hemos puesto de acuerdo para acusar a los combustibles que se obtienen a partir de productos agrarios de ser los responsables, en buena medida, de la crisis alimentaria.

Por tanto, la causa de la subida de los precios agrícolas no es que haya disminuido la oferta, sino que se ha producido un fuerte aumento de la demanda como consecuencia de los subsidios al etanol y a las fuertes compras de los países emergentes (sobre todo China e India). Alimentos no faltan, pero se están destinando de forma perversa, para obtener combustibles, de manera que se han hecho demasiado caros, sobre todo para los más pobres. Estas afirmaciones vienen avaladas por las estadísticas de la FAO, que también indican que la producción agraria mundial ha crecido más deprisa que la población [2]. La ayuda internacional tiene que pasar de dar comida a favorecer la agricultura de los países en desarrollo.

También hay un cierto acuerdo en que la política controles de precios y de aranceles a la exportación [3](en países como China, Argentina, India, Rusia, Tailandia o Venezuela), realizada con la “buena intención” de proteger a los pobres contra el encarecimiento de los alimentos, no es la solución. Estas medidas, tal como señalan los libros de texto, frenan la producción, subvencionan también a aquellos ciudadanos que no lo necesitan, distorsionan el mercado, provocan desabastecimiento, disminuyen los ingresos de los agricultores (ya que impiden a los agricultores vender a precio de mercado) y hacen que aparezcan mercados negros.

De hecho, en Venezuela ya ha empezado a fallar el suministro a los mercados. En Argentina, las barreras a la exportación en forma de elevados impuestos han movilizado a los campesinos contra el gobierno de Cristina Fernández [4]. En cambio, tal como ha señalado Aceprensa (Alimentos caros, pero no escasos) [5], el presidente peruano Alan García, que en su anterior mandato (1985-1990) impuso control de precios de los alimentos, ahora no quiere repetir la experiencia. Entonces el resultado fue el previsible: largas colas ante las tiendas e inflación desbocada. Esta vez, García ha optado por aplicar medidas ortodoxas y eficaces como son fomentar la sustitución de los cereales por patata, que Perú produce en grandes cantidades, por una política monetaria estricta para contener la inflación y por ayudas directas a los pobres, que son las recetas del denostado FMI.

Volviendo al principio del post, ¿Tiene sentido tener energía más abundante y barata que alimentos más abundantes y a precios más bajos que los actuales?