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Contra el cambio climático: los impuestos

Los científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, reunidos en Valencia la semana pasada, nos dicen que las temperaturas mundiales aumentan porque los humanos emitimos demasiado dióxido de carbono y otros gases invernadero. La ciencia económica nos dice que cuando se grava algo, mediante un impuesto, normalmente ese algo se produce en menor cantidad. Por lo tanto, si queremos reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono y otros gases invernadero, necesitamos un impuesto mundial que grave esas emisiones a la atmósfera.

En el documento elaborado en Valencia (Summary for Policymakers of the Synthesis Report of the IPCC Fourth Assessment Report) se aconseja, entre otros instrumentos de política medioambiental, los impuestos como un instrumento de lucha contra el cambio climático. Pues bien preparando la clase que tengo esta semana de microeconomía, dedicada a las Externalidades, encontré entre mis papeles un interesante artículo escrito por Gregory Mankiw [1]titulado One Answer to Global Warming: A New Tax [2]y publicado en The New York Times [3]. En él se defiende que un impuesto mundial sobre la emisión de dióxido de carbono y otros gases invernadero sería más fácil de negociar que los derechos de emisión surgidos del Acuerdo de Kioto.


La idea de usar impuestos para solucionar problemas y no sólo para aumentar los ingresos del estado tiene una larga historia. El economista británico Arthur Pigou abogaba a comienzos del siglo XIX por unos impuestos correctivos para reducir la contaminación. En su honor, los libros de texto económicos los llaman ahora “impuestos pigouvianos”.

Usar un impuesto pigouviano para solucionar el calentamiento del planeta es un instrumento que permite aumentar el coste privado y convertirlo en coste social. La nueva situación (óptimo social) es mejor que la anterior (óptimo privado). Sin embargo, los políticos se muestran reacios a aceptar este proyecto. Los políticos no son partidarios de los impuestos, ya sean pigouvianos o de otro tipo. En EEUU los republicanos suelen usar la palabra impuestos solo si va directamente acompañada por “recorte de”. Los demócratas utilizan la palabra impuestos solo si va seguida por “a los ricos”.

Nos cuenta Mankiw, que por cierto también tiene un blog [4], que todos los gobiernos necesitan ingresos fiscales para realizar gasto público. Las naciones podrían mostrarse dispuestas a utilizar un impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono y otros gases invernadero como instrumento para aumentar parte de esos ingresos. El dinero no tiene que pasar de un lado a otro de la frontera. Cada gobierno podría conservar los ingresos derivados de su impuesto y emplearlos para financiar el gasto público o cualquier forma de reducción fiscal que considerase más adecuada.

Cualquier planteamiento a medio plazo que quiera resolver el grave problema del cambio climático deberá contar con China e India. Puede que el convencer a China de las virtudes de aplicar un impuesto sobre emisiones de dióxido de carbono sea la parte fácil. Lo más difícil es convencer al electorado y a los políticos estadounidenses de la necesidad del impuesto. Si no se convencen y no se pone remedio al problema la concentración de gases de efecto invernadero aumentará y causará un incremento de temperatura que resultará peligrosa para el planeta. Al menos esa es una de las conclusiones a las que han llegado los científicos, reunidos la semana pasada en Valencia.