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    [post_content] => La pasada semana prometí escribir sobre mi impresión en torno a una cuestión que creo que es clave en el debate. Y como muchas veces sucede, suele olvidarse y dejarse a un lado. La cuestión es: la lucha contra el cambio climático ¿debe anteponerse a otros proyectos como la potenciación del libre comercio o la lucha contra el sida o la pobreza, entre otros?

Una respuesta impulsiva (sobre todo entre no economistas) sería la de no ver ninguna razón para que no se aborden todos estos importantes objetivos, que todos sean prioridades. Por desgracia, y de esto los economistas deberíamos saber algo, los recursos son escasos y es fundamental priorizar unos objetivos por delante de otros, por lo que hay que “mojarse” y determinar cuáles son los más importantes y apostar por ellos, en detrimento del resto. Cuando un gobierno destina recursos y capital humano a luchar contra el calentamiento deja de utilizarlos para cooperación internacional. No se puede hacer todo a la vez, y quizá el cambio climático no deba ser nuestra principal prioridad en el conjunto de los problemas mundiales … o quizá sí.



A los que, como Gore, consideran la cuestión del cambio climático como una obligación ética, la mera idea de comprobar si se trata de una prioridad real debe parecer algo herético. Pero a mí me parece razonable que nos lo cuestionemos. Sobre todo porque los alarmistas y los pronosticadores de hecatombes ecológicas mundiales suelen tener una característica común: una peculiar miopía a la hora de evaluar las posibilidades de la ciencia para hacer frente a los problemas planteados. Si recuerdan mi post de la pasada semana, comencé haciendo referencia al problema ecológico sin precedentes que a finales del XIX se creía que iba a suponer el crecimiento de las ciudades, debido a los residuos orgánicos de los caballos. Pues bien, los que pronosticaban grandes desgracias no fueron capaces de anticipar no ya los grandes avances científicos que se produjeron durante el siglo XX, sino que ni siquiera percibieron el papel que el automóvil podría tener para solventar el problema, y esta solución ya la tenían delante de las narices. Por esto especialmente importante que nos planteemos la priorización, porque en un problema que puede plantearse de aquí a 100 años (o más) tenemos grandes incertidumbres sobre el papel que el progreso científico y tecnológico puede tener en este horizonte.

Entonces la pregunta es: si tenemos que priorizar, utilizando información de los expertos y dejando a un lado el apasionamiento, ¿cuál sería el problema que debería abordarse en primer lugar? Permítanme que no sea yo quien de una respuesta (sería demasiado presuntuoso). Pero sí que puedo decirles que esta pregunta que planteo no es nueva, ya que en 2004 se les formuló en Dinamarca a un grupo de sabios de todo el mundo, que incluía varios premios Nobel. Fue el origen del Consenso de Copenhague. Para que tomasen una decisión sobre algo tan complejo se les reunió con expertos defensores de acciones para frenar el cambio climático, para que éstos aportasen sus argumentos (que incluían análisis coste – beneficio) a favor de priorizar este objetivo. Del mismo modo, expertos en otras materias (pobreza, barreras arancelarias, sida, malaria, etc., así hasta 17 grandes cuestiones) aportaron sus argumentos al grupo de sabios.

Una vez dispusieron de toda la información, debatieron y decidieron el orden de priorización de todos los objetivos planteados. ¿Cuál fue el resultado? La lucha contra el SIDA y la malaria se situaron al frente de la lista, seguidos por la erradicación de la pobreza y la malnutrición, las barreras arancelarias (que impiden a los países pobres comerciar y crear riqueza), el acceso al agua potable y la educación. ¿Y el cambio climático? En el último puesto de la lista. De acuerdo con la evidencia aportada, un dólar gastado en prevenir el SIDA daría como resultado 40 dólares de beneficios sociales, mientras que un dólar invertido en reducir el calentamiento global crearía beneficios sociales cifrados entre 2 y 25 centavos.

El experimento se repitió posteriormente con dos grupos, uno de 24 embajadores y otro compuesto por jóvenes de diferentes procedencias. Los resultados volvieron a ser virtualmente idénticos al de los sabios.

¿Quiero decir con esto que el cambio climático no es una cuestión importante? No. Lo que quiero resaltar es que la humanidad afronta muchos problemas importantes y que no debemos ser fundamentalistas del cambio climático. Y aquí coincido con Xavier Sala i Martín, que afirma que “una vez se comparan las urgencias y las necesidades, los costes y los beneficios, los pros y los contras, la lucha contra el cambio climático no es nuestra prioridad.”


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13
Ago
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Una respuesta impulsiva (sobre todo entre no economistas) sería la de no ver ninguna razón para que no se aborden todos estos importantes objetivos, que todos sean prioridades. Por desgracia, y de esto los economistas deberíamos saber algo, los recursos son escasos y es fundamental priorizar unos objetivos por delante de otros, por lo que hay que “mojarse” y determinar cuáles son los más importantes y apostar por ellos, en detrimento del resto. Cuando un gobierno destina recursos y capital humano a luchar contra el calentamiento deja de utilizarlos para cooperación internacional. No se puede hacer todo a la vez, y quizá el cambio climático no deba ser nuestra principal prioridad en el conjunto de los problemas mundiales … o quizá sí.



A los que, como Gore, consideran la cuestión del cambio climático como una obligación ética, la mera idea de comprobar si se trata de una prioridad real debe parecer algo herético. Pero a mí me parece razonable que nos lo cuestionemos. Sobre todo porque los alarmistas y los pronosticadores de hecatombes ecológicas mundiales suelen tener una característica común: una peculiar miopía a la hora de evaluar las posibilidades de la ciencia para hacer frente a los problemas planteados. Si recuerdan mi post de la pasada semana, comencé haciendo referencia al problema ecológico sin precedentes que a finales del XIX se creía que iba a suponer el crecimiento de las ciudades, debido a los residuos orgánicos de los caballos. Pues bien, los que pronosticaban grandes desgracias no fueron capaces de anticipar no ya los grandes avances científicos que se produjeron durante el siglo XX, sino que ni siquiera percibieron el papel que el automóvil podría tener para solventar el problema, y esta solución ya la tenían delante de las narices. Por esto especialmente importante que nos planteemos la priorización, porque en un problema que puede plantearse de aquí a 100 años (o más) tenemos grandes incertidumbres sobre el papel que el progreso científico y tecnológico puede tener en este horizonte.

Entonces la pregunta es: si tenemos que priorizar, utilizando información de los expertos y dejando a un lado el apasionamiento, ¿cuál sería el problema que debería abordarse en primer lugar? Permítanme que no sea yo quien de una respuesta (sería demasiado presuntuoso). Pero sí que puedo decirles que esta pregunta que planteo no es nueva, ya que en 2004 se les formuló en Dinamarca a un grupo de sabios de todo el mundo, que incluía varios premios Nobel. Fue el origen del Consenso de Copenhague. Para que tomasen una decisión sobre algo tan complejo se les reunió con expertos defensores de acciones para frenar el cambio climático, para que éstos aportasen sus argumentos (que incluían análisis coste – beneficio) a favor de priorizar este objetivo. Del mismo modo, expertos en otras materias (pobreza, barreras arancelarias, sida, malaria, etc., así hasta 17 grandes cuestiones) aportaron sus argumentos al grupo de sabios.

Una vez dispusieron de toda la información, debatieron y decidieron el orden de priorización de todos los objetivos planteados. ¿Cuál fue el resultado? La lucha contra el SIDA y la malaria se situaron al frente de la lista, seguidos por la erradicación de la pobreza y la malnutrición, las barreras arancelarias (que impiden a los países pobres comerciar y crear riqueza), el acceso al agua potable y la educación. ¿Y el cambio climático? En el último puesto de la lista. De acuerdo con la evidencia aportada, un dólar gastado en prevenir el SIDA daría como resultado 40 dólares de beneficios sociales, mientras que un dólar invertido en reducir el calentamiento global crearía beneficios sociales cifrados entre 2 y 25 centavos.

El experimento se repitió posteriormente con dos grupos, uno de 24 embajadores y otro compuesto por jóvenes de diferentes procedencias. Los resultados volvieron a ser virtualmente idénticos al de los sabios.

¿Quiero decir con esto que el cambio climático no es una cuestión importante? No. Lo que quiero resaltar es que la humanidad afronta muchos problemas importantes y que no debemos ser fundamentalistas del cambio climático. Y aquí coincido con Xavier Sala i Martín, que afirma que “una vez se comparan las urgencias y las necesidades, los costes y los beneficios, los pros y los contras, la lucha contra el cambio climático no es nuestra prioridad.”


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Una respuesta impulsiva (sobre todo entre no economistas) sería la de no ver ninguna razón para que no se aborden todos estos importantes objetivos, que todos sean prioridades. Por desgracia, y de esto los economistas deberíamos saber algo, los recursos son escasos y es fundamental priorizar unos objetivos por delante de otros, por lo que hay que “mojarse” y determinar cuáles son los más importantes y apostar por ellos, en detrimento del resto. Cuando un gobierno destina recursos y capital humano a luchar contra el calentamiento deja de utilizarlos para cooperación internacional. No se puede hacer todo a la vez, y quizá el cambio climático no deba ser nuestra principal prioridad en el conjunto de los problemas mundiales … o quizá sí.


A los que, como Gore, consideran la cuestión del cambio climático como una obligación ética, la mera idea de comprobar si se trata de una prioridad real debe parecer algo herético. Pero a mí me parece razonable que nos lo cuestionemos. Sobre todo porque los alarmistas y los pronosticadores de hecatombes ecológicas mundiales suelen tener una característica común: una peculiar miopía a la hora de evaluar las posibilidades de la ciencia para hacer frente a los problemas planteados. Si recuerdan mi post de la pasada semana, comencé haciendo referencia al problema ecológico sin precedentes que a finales del XIX se creía que iba a suponer el crecimiento de las ciudades, debido a los residuos orgánicos de los caballos. Pues bien, los que pronosticaban grandes desgracias no fueron capaces de anticipar no ya los grandes avances científicos que se produjeron durante el siglo XX, sino que ni siquiera percibieron el papel que el automóvil podría tener para solventar el problema, y esta solución ya la tenían delante de las narices. Por esto especialmente importante que nos planteemos la priorización, porque en un problema que puede plantearse de aquí a 100 años (o más) tenemos grandes incertidumbres sobre el papel que el progreso científico y tecnológico puede tener en este horizonte.

Entonces la pregunta es: si tenemos que priorizar, utilizando información de los expertos y dejando a un lado el apasionamiento, ¿cuál sería el problema que debería abordarse en primer lugar? Permítanme que no sea yo quien de una respuesta (sería demasiado presuntuoso). Pero sí que puedo decirles que esta pregunta que planteo no es nueva, ya que en 2004 se les formuló en Dinamarca a un grupo de sabios de todo el mundo, que incluía varios premios Nobel. Fue el origen del Consenso de Copenhague. Para que tomasen una decisión sobre algo tan complejo se les reunió con expertos defensores de acciones para frenar el cambio climático, para que éstos aportasen sus argumentos (que incluían análisis coste – beneficio) a favor de priorizar este objetivo. Del mismo modo, expertos en otras materias (pobreza, barreras arancelarias, sida, malaria, etc., así hasta 17 grandes cuestiones) aportaron sus argumentos al grupo de sabios.

Una vez dispusieron de toda la información, debatieron y decidieron el orden de priorización de todos los objetivos planteados. ¿Cuál fue el resultado? La lucha contra el SIDA y la malaria se situaron al frente de la lista, seguidos por la erradicación de la pobreza y la malnutrición, las barreras arancelarias (que impiden a los países pobres comerciar y crear riqueza), el acceso al agua potable y la educación. ¿Y el cambio climático? En el último puesto de la lista. De acuerdo con la evidencia aportada, un dólar gastado en prevenir el SIDA daría como resultado 40 dólares de beneficios sociales, mientras que un dólar invertido en reducir el calentamiento global crearía beneficios sociales cifrados entre 2 y 25 centavos.

El experimento se repitió posteriormente con dos grupos, uno de 24 embajadores y otro compuesto por jóvenes de diferentes procedencias. Los resultados volvieron a ser virtualmente idénticos al de los sabios.

¿Quiero decir con esto que el cambio climático no es una cuestión importante? No. Lo que quiero resaltar es que la humanidad afronta muchos problemas importantes y que no debemos ser fundamentalistas del cambio climático. Y aquí coincido con Xavier Sala i Martín, que afirma que “una vez se comparan las urgencias y las necesidades, los costes y los beneficios, los pros y los contras, la lucha contra el cambio climático no es nuestra prioridad.”

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