Los suecos se han cansado de financiar el estado del bienestar y también de la excesiva intervención del Estado en la economía. La victoria, en 2006, de Fredrik Reinfeldt, líder del partido de la derecha sueca, está provocando una oleada de privatizaciones y cambios en el sistema de bienestar del país nórdico. Hasta ahora, en Suecia, ha venido funcionando una versión extrema de estado increíblemente generoso, que cuidaba al ciudadano “de la cuna a la tumba”. Según la OCDE la renta per cápita sueca en 1975 si la renta per cápita americana era 100, la sueca 94. Desde entonces, la renta relativa sueca con respecto a EEUU bajó paulatinamente así en 2005, la renta per cápita de Suecia era un 72% la de EEUU. Además la renta per cápita sueca ha pasado del cuarto puesto del mundo en 1970 al decimocuarto, en 2005. Sin embargo, todo el mundo piensa que el modelo sueco funciona relativamente bien. La participación estatal en 55 grupos empresariales no ha sido un impedimento grave para que la población sueca goce de una economía saneada y robusta, que creció un 4.7% en 2006, con una baja inflación y un consumo y un nivel de salarios en aumento. Oficialmente, el desempleo ronda el 6%, pero si se incluyen las bajas por enfermedad, la gente en formación y las jubilaciones anticipadas la cifra podría ascender, según la OCDE, al 17%. De ahí que los suecos se han cansado de dar subvenciones y de financiar un Estado muy generoso con elevado absentismo laboral por enfermedad (puedes pedir la baja por razones psicológicas si no te cae bien tu jefe) y por eso decidieron cambiar el gobierno el año pasado. La globalización de los mercados y la mundialización de la economía hace que el control exagerado de la actividad empresarial por parte del Estado y el elevado gasto público tengan efectos muy negativos en la economía. Se trata de redimensionar el sector público y dar paso a una mayor iniciativa privada que permita dinamizar la economía.
El gobierno se ha propuesto llevar a cabo una serie de reformas pro-mercado entre las que destaca la venta de las participaciones estatales de muchas de las 55 empresas públicas. Se trata de privatizar todo aquello que no tiene fundamento para permanecer en el ámbito público. El sector público no tiene por qué tener bancos (el Estado sueco posee el 19,5 por ciento de Nordea, el mayor grupo financiero nórdico), fabricas de pasta de papel, empresas de telecomunicaciones (el Estado sueco posee el 45,3 por ciento de TeliaSonera), compañías aéreas (21,4 por ciento de SAS) o de bebidas alcohólicas (posee V&S, una de las 10 empresas más importantes del mundo en ese sector). La publicación de la lista de las primeras compañías que serán sometidas a privatización ha generado un alto grado de euforia en inversores privados e institucionales de carácter tanto nacional como internacional. Un aspecto clave para el éxito de la privatización es maximizar el precio que se cobre por la venta de las empresas públicas. Si el precio fuese bajo provocaría el lógico rechazo de la ciudadanía. Pero también tendría mala prensa que los nuevos dueños despidiesen a los trabajadores suecos y trasladasen los empleos a países que tienen mano de obra más barata.
Los agentes cercanos al proceso (bancos de inversión, consultoras, colocadores de acciones, sindicatos, etc.) opinan que lo ideal sería que el Estado redujese su participación gradualmente vendiendo bloques de acciones a inversores preferiblemente institucionales (fondos de inversión y de pensiones y bancos) con vocación de permanencia alejando la venta de posibles intereses meramente especulativos. De este modo el gobierno no lograría maximizar el precio pero si se aseguraría, en principio, la reelección en 2010. A mi todo esto me suena a música celestial. ¿No sería mejor para los suecos que se vendiesen las empresas públicas al mejor postor? ¿Qué significa alejar la venta de posibles intereses meramente especulativos? ¿Debe un gobierno tener bancos fabricas de pasta de papel, empresas de telecomunicaciones, compañías aéreas o de bebidas alcohólicas?
Comentarios