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Sobre competitividad y deslocalización empresarial

El fantasma de la deslocalización empresarial amenaza con un supuesto cierre masivo de plantas productivas en España en busca de mejoras competitivas en países del Este de Europa, Asia y Norte de África. Un informe de la Comisión Europea reconocía no hace mucho que “La continua transformación estructural de la economía [europea] es inevitable. La deslocalización y demás ajustes son ineludibles”. En general, este efecto de deslocalización se concentrará en sectores o procesos industriales intensivos en mano de obra (automóvil, textil, material eléctrico, cerámica, muebles, juguetes), en los que el coste del traslado se compense con los ahorros por menores costes laborales.

Sin embargo, en la creciente preocupación por la competencia en términos de costes laborales que los nuevos jugadores en el comercio internacional puedan plantear a España, se está aceptando intrínsicamente el estancamiento de nuestro país en un modelo industrial caduco. En un mercado crecientemente globalizado la competitividad sólo es sostenible mediante la innovación o la reducción de costes. Resulta evidente que la ventaja competitiva española frente al Este de Europa, y aún menos frente a los países asiáticos, ya no se puede confiar a los costes laborales.


Es posible, y necesario, otro modelo de atracción de la inversión extranjera hacia nuestro país. España debe orientar su estructura productiva hacia actividades de generación de alto valor añadido, potenciando la productividad de su capital humano y físico; debe contrarrestar las ventajas de localización y costes de los nuevos competidores mediante estrategias de diferenciación y calidad de sus bienes y servicios. Frente a los casos que confirman la quiebra de nuestra ventaja en costes laborales, encontramos otros que muestran el camino a seguir. Multinacionales como GlaxoSmithKline o Boeing instalaron en Madrid sus primeros centros de I+D fuera de EE.UU.; Bayer ubicó en España la investigación y desarrollo de la división farmacéutica para Latinoamérica; la compañía francesa Scheneider Electric implantó en Barcelona uno de sus centros mundiales de decisión; Tarragona fue la provincia elegida por la multinacional coreana Hyundai-Image Quest para producir en occidente sus monitores de plasma y TFT; Hewlett-Packard España compitió con toda Europa, y en especial con los países del Este, para gestionar uno de los centros de outsourcing de la compañía en el mundo. Éstos son tan sólo algunos ejemplos que animan a pensar que España podría encontrar su nueva posición en la competición por la inversión internacional, una posición construida sobre la productividad y el valor añadido. Sin embargo, es evidente que aún se trata de excepciones y que nos queda un largo camino por recorrer para competir por la inversión con los países europeos que se encuentran a la vanguardia tecnológica, como Suecia o Finlandia.

En los términos que nos ocupan, lo que realmente nos debe preocupar con respecto a los países del Este de Europa, Asia y Norte de África es el aún escaso montante de la inversión directa española en esas zonas. Asumir esta perspectiva sería una prueba de madurez de nuestra economía.