Ayer leía en “Financial Times” que el ministro de agricultura alemán abogaba por incrementar las exigencias medioambientales y sanitarias a países como China, India o EEUU si quieren seguir exportando productos alimenticios a Europa. Es decir, por si acaso en la próxima Ronda de Doha nos obligan a los europeos a rebajar nuestros aranceles, subamos las barreras no arancelarias para mantener el “statu quo”. Seguimos con lo de siempre, los países ricos no sólo ponen elevados aranceles a las importaciones agrícolas de los países del tercer mundo, sino que además subsidian las exportaciones de este tipo de productos y, a cambio, con la inestimable ayuda del FMI recomiendan a los países pobres que abandonen los cultivos tradicionales de subsistencia, por productos para exportar y obtener divisas.
Cuando los precios de los alimentos alcanzan niveles desorbitados, la lógica nos dice que es un buen momento para reducir los aranceles (23% de media en alimentos en la UE) y las ayudas al sector, que en Europa alcanzan los 50 mil millones de euros cada año (más de 100 euros al año por cada habitante de la UE). Esta sería nuestra mejor contribución al desarrollo de los países más pobres del mundo. Y este tema debería ser uno de los más importantes de discusión en las próximas elecciones al Parlamento Europeo pues en 2013 hay que renovar la PAC.
Lo cierto es que no se puede ser excesivamente optimista sobre la evolución del precio de los alimentos en el medio plazo a tenor de las estrategias que empiezan a poner en marcha los países con recursos. Si hasta hace poco la batalla se centraba en asegurar el aprovisionamiento futuro de materias primas energéticas, ahora los peones se mueven para garantizar los suministros de alimentos.
Los Emiratos Arabes Unidos están utilizando un “private-equity” para comprar tierra de labranza en Pakistán (EAU importa el 85% de los alimentos que consume) y movimientos parecidos están realizando China, Libia o Arabia Saudí. Y no es de extrañar, hay demasiados factores inflando a la vez los precios de alimentos básicos para la dieta de buena parte de la humanidad: alteraciones climáticas, agotamiento de las energías fósiles, cambio de los hábitos de alimentación y de la estructura de demanda por parte de la nueva clase media en los emergentes, especulación en los mercados de futuros y opciones, distorsiones provocadas por los biocombustibles, etc.
Esperemos que la “task-force” de las Naciones Unidas encuentre soluciones o, por lo menos, nos ayude a comprender una crisis mucho más importante que la financiera. Pues estas alturas ya podemos dar por fracasados los Objetivos del Milenio que pretendían reducir a la mitad la pobreza extrema entre 1990 y 2015. Podemos imaginar en qué gastan el dólar con el que subsisten cada día 1.000 millones de personas en el mundo.
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