Semana muy importante para los mercados financieros y también para los países emergentes, ante la posibilidad de que la FED suba tipos por primera vez desde 2006. Y la principal pregunta es: ¿debe el principal banco central del mundo decidir el tono de la política monetaria al margen de la situación económico financiera fuera de sus fronteras? La respuesta tradicional a esta pregunta por parte de la FED ha sido afirmativa: los niveles de tipos de interés se fijaban teniendo en cuenta exclusivamente la situación de la economía americana, independientemente de los efectos que pudieran tener los cambios en las condiciones monetarias sobre economías dolarizadas o con vínculos cambiarios con el billete verde. Pero según la globalización económica y financiera ha ido avanzando, las cosas se han complicado, teniendo en cuenta que ahora los bancos centrales tienen un nuevo (y complejo) objetivo como es el de la estabilidad financiera; variable difícil de definir y cuantificar pero que, en todo caso, está muy afectada por las condiciones financieras externas. Además, la situación en el caso de EEUU se agrava teniendo en cuenta que su mayor acreedor (China) puede verse impactado negativamente por las decisiones del Consejo liderado por Yellen. Es decir, puede empezar a vender bono americano con muchas más intensidad. Por tanto, como hemos visto en las últimas semanas, si China estornuda, los mercados financieros mundiales reaccionarían muy negativamente.
Así que, aunque desde el inicio de la última crisis todas las decisiones de los bancos centrales han tenido una importancia capital, probablemente ninguna ha sido tan determinante como la que llevará a cabo la próxima semana el Comité de Mercado Abierto (FOMC) de la FED. Esto es así, porque desde el año 2006 el banco central americano no ha subido los tipos de interés y, además esta vez, coincide con un momento de gran debilidad en los emergentes y con el nivel de partida de los tipos de interés en mínimos históricos. Es decir, los efectos potenciales de ese giro de la política monetaria americana serían muy inciertos. Para complicar más las cosas, hay argumentos tanto para subir, como para mantener los tipos de interés sin cambios. En un lado del debate se defiende que con la tasa de paro cerca del 5%, con la economía creciendo cerca de su potencial y, después de siete años de recuperación, es hora de ir plegando velas y recuperar grados de libertad por si el ciclo se da la vuelta (que lo hará antes o después). Lo curioso es que esta semana también apoyaron la subida de tipos algunos gobernadores de bancos centrales emergentes (Filipinas) aludiendo a la necesidad de terminar con la incertidumbre. Es decir, es mejor hacerlo cuanto antes y dejar claro que el nivel máximo de tipos esta vez se situará por debajo de la media histórica (¿2%?).
En el otro lado del ring, además del Banco Mundial o del FMI, están todos aquellos que piensan que la inflación no está ni se la espera (realmente hay que retorcer mucho los índices para encontrar alguna señal de presiones en los precios) y que esas subidas de tipos en estos momentos serían el golpe de gracia para los emergentes y para la estabilidad financiera global. Es decir, no tendría mucho sentido provocar una recesión mundial para ganar margen ante una posible desaceleración futura. Al fin y al cabo, alguien comentaba esta mañana que si la FED no decidió subir los tipos en junio, por qué iba a hacerlo ahora con mucha más inestabilidad económica y financiera.
Nuestra opinión es que la ausencia de presiones inflacionistas a corto plazo permite esperar hasta finales de año para reevaluar la situación, dando tiempo a que los emergentes tomen decisiones de política económica que les permitan recobrar credibilidad. Pero, también es cierto que, antes o después, los tipos de interés deben subir en EEUU (y, por cierto, también en Europa), pues de los contario sí que tendríamos razones para preocuparnos, ya que estaríamos en los escenarios de estancamiento secular. Aunque como afirmaba un antiguo consejero de la FED esta semana (Charles Plosser), la realidad es que todo este debate deja traslucir que nadie sabe a ciencia cierta en estos momentos, cuál es la combinación adecuada de política monetaria, fiscal y regulatoria, ocho años después del inicio de la última crisis.
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