Poco a poco y, por tanto, con menos rapidez de lo deseable, el BCE se va adaptando a un contexto económico y financiero muy diferente al del momento de su creación. Ni los problemas son parecidos después de una crisis económica que ha provocado cambios estructurales en el funcionamiento de los mecanismos de transmisión de la política monetaria, ni los objetivos y la estrategia del BCE tendrán nada que ver a partir de ahora con los de las última décadas. Desde el inicio de la crisis, la autoridad monetaria europea ha tenido que afrontar una ampliación de sus objetivos, incluyendo ahora la estabilidad financiera, lo que implica asumir nuevas funciones, la más importante de las cuales ha sido el mecanismo de supervisión de las grandes entidades financieras.
Es un proceso nada sencillo, especialmente por el inmovilismo tradicional que han mantenido en materia de política monetaria los países centrales de Europa, liderados por un Bundesbank todavía impregnado por la filosofía del “marco fuerte”. Sin embargo, la aparición del riesgo de deflación en el escenario y las respuestas mucho más rápidas, flexibles y exitosas de los bancos centrales anglosajones al nuevo entorno financiero (de hecho ya se están planteando posibles subidas de tipos de interés), parece que están acelerando los cambios en el BCE. Por tanto, en el lento proceso “adaptativo” del BCE, en las últimas semanas se empiezan a vislumbrar cambios importantes. Por ejemplo, el presidente del Bundesbank reconoció hace unos días que no se debe descartar la utilización de herramientas no convencionales en caso de necesidad.
Algo que también se ha percibido en la reunión del Consejo del BCE celebrada esta tarde. Aunque considera que el riesgo de deflación es reducido y no ha aumentado, valoración en la que coincidimos, el BCE ha dado claras muestras de estar dispuesto a adoptar nuevas medidas, tanto convencionales como no convencionales, es decir, poner en marcha un programa de compra de activos.
El efecto Semana Santa, dado el presumible impacto que ha tenido en forma de un descenso de la inflación en el mes de marzo, aumenta la relevancia del dato de IPC de abril: si no se produce una corrección de dicho efecto, la probabilidad de que el BCE adopte nuevas medidas ya en su próxima reunión sería muy elevada. En cualquier caso, consideramos que los datos de inflación de los próximos 3 meses van a ser cruciales para la definición de la orientación futura de la política monetaria de la UEM.
Hasta ahora el BCE ha reflejado un comportamiento asimétrico con las desviaciones respecto a su objetivo de inflación, mostrándose más benevolente cuando cae a niveles muy bajos. Sin embargo, todo parece indicar que esto podría empezar a cambiar, habiéndose construido un consenso para el uso de medidas no convencionales.
También se detecta un cambio en la preocupación del BCE por el tipo de cambio, dado su efecto sobre las condiciones monetarias y, por tanto, sobre el escenario económico. Aunque, la instrumentación de la política monetaria de la Fed (actualmente, es más probable que se adelanten las perspectivas de subidas de tipos que se retrasen) debería favorecer una depreciación del euro frente al dólar, sin que el BCE tuviese que adoptar medidas adicionales.
En definitiva, algo se mueve en el BCE, aunque hoy no lo hayan hecho los tipos oficiales. Ello no implica que con toda seguridad vayamos a ver tipos de interés negativos o compras de deuda, todo dependerá de la evolución de la inflación en la zona euro en los próximos meses y del comportamiento del tipo de cambio. Pero lo que sí parece es que poco a poco se está produciendo un cambio de filosofía en el BCE.
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