14
Nov

Esta semana se reúnen las delegaciones de EE.UU. y la UE para reanudar las negociaciones para el tratado de Libre Comercio entre los dos gigantes económicos. Cualquier tratado de libre comercio es bienvenido y al mismo tiempo temido por los posibles efectos negativos que pueda tener. Por la magnitud del comercio entre estas dos áreas económicas, este acuerdo comercial tiene el potencial de ser especialmente relevante (ver, gráfico 1).

Existen ya numerosos estudios que hablan de beneficios netos de entre el 1 y el 6% del PIB para España, dependiendo del alcance de las reducciones arancelarias y no arancelarias que se acuerden.

Gráfico 1. Valor de las exportaciones e importaciones de la UE27 a (procedente de) los EE.UU. (millones de €) – 2000-2012 (Fuente: Organización Mundial del Comercio)

exportaciones

¿Es siempre bueno un acuerdo de libre comercio? En la teoría económica ha existido siempre una división ideológica muy importante entre aquellos que apoyan este tipo de acuerdos porque entienden que sus beneficios son mayores que los costes y aquellos que temen justo lo contrario. Los primeros suelen referirse a la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo, los segundos a la teoría del comercio internacional basada en las economías de escala y que popularizó en la década de los ochenta Paul Krugman, lo que le valió recibir el Nobel de Economía en 2008 (A David Ricardo probablemente también le hubiesen dado el Nobel si este premio se hubiese ofrecido a principios del siglo XIX que es cuando David Ricardo desarrolló su teoría sobre el libre comercio).

Según la teoría de David Ricardo, los países ganan siempre que comercian porque uno hace bien lo que el otro hace mal y ganan del intercambio especializándose cada uno en aquello que hacen bien. Por ejemplo, si EE.UU. fabrica mejor el software y el hardware para smartphones i España produce mejor jamón de jabugo, el comercio bilateral entre ambos hará que España deje de hacer software para smartphones y se especialice en jamón de jabugo. Según esta teoría España ganaría por doble partida. Primero porque vería aumentadas sus exportaciones de jamón de jabugo a los EE.UU. Pero, ¿de qué sirven las exportaciones, o mejor dicho, los ingresos por exportaciones? Pues para comprar cosas. Pero esto sólo tiene sentido si lo que compramos fuera cuesta menos de lo que nos costaría hacerlo nosotros mismos y eso ocurre sólo si tenemos una ventaja comparativa en costes al hacer jamón y una desventaja al hacer software. Así, España gana sobre todo porque puede comprar software más barato y mejor que el que haríamos nosotros mismos. Es la posibilidad de importar, no sólo de exportar, lo que hace que realmente ganemos del acuerdo de libre comercio. De hecho, la mayoría de los estudios apuntan a que la ganancia más importante para España proviene de la posibilidad de comprar bienes y servicios más baratos a EE.UU.

¿Y qué pasa con los costes de destruir empleo en la industria del software español? Algunos dirán que esta industria es casi inexistente en España y que por tanto no debemos preocuparnos. ¿Pero, qué sucede si lo importado son vehículos y se destruyen puestos de trabajo en la industria del automóvil? Ésta ha sido desde siempre una de las principales críticas a la teoría de David Ricardo: la infravaloración de los costes de ajuste al abrirse un país al comercio ya que a partir de ese momento es probable que muchos puestos de trabajo se destruyan a cambio de otros nuevos no necesariamente aptos para emplear a los trabajadores despedidos. La contra-réplica vino de aquellos que observaron que cuando son dos países similares (en cuanto a nivel de desarrollo) los que se abren al comercio bilateral los puestos de trabajo que se destruyen y los que se crean tienden a utilizar mano de obra con semejantes características y por tanto eso reduce muchísimo los costes de ajuste. La hipótesis es que los trabajadores despedidos en el sector importador encontrarán trabajo fácilmente en el sector exportador en auge. Claro que en España para que esto sea cierto se necesita un mercado laboral más dinámico y flexible de lo que es en la actualidad.

Tabla 1. Principales importaciones (exportaciones) de la UE27 procedentes (con destino a) de los EE.UU. (Fuente: Organización Mundial del Comercio)

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Hay quien fue más allá y observó que de hecho, cuando dos países similares se abren al comercio internacional tienden a importar y exportar productos casi idénticos (muy en contra de lo que había predicho David Ricardo). Por ejemplo, La UE importa y exporta productos farmacéuticos desde y a los EE.UU, etc. La tabla 1 muestra que de los diez principales productos importados/exportados entre la UE27 y los EE.UU. ocho de ellos se intercambian por los dos países. Es lo que se llama comercio intra-industria y que globalmente representa más de un tercio del comercio total, un porcentaje mucho mayor si consideramos las economías desarrolladas.

Pero hasta aquí las buenas noticias. Paul Krugman no fue el primero en lanzar la idea (pero sí el que mejor la formalizó y extendió) de que si los países intercambian bienes similares (y así lo demuestran los datos) entonces no intercambian porque tienen habilidades distintas o ventajas comparativas distintas sino por otro motivo. El motivo adicional que sobresale por encima de todos los demás es la existencia de economías de escala. La teoría de la competencia imperfecta aplicada al comercio internacional decía que un país puede exportar e importar variedades del mismo producto si tanto el país importador como el exportador tienen una industria establecida, grande y eficiente, que aprovecha las economías de escala, para producir una determinada variedad del bien en cuestión. Por ejemplo, el Reino Unido es un potente jugador en el mercado de los productos farmacéuticos y EE.UU. también lo es. Ambos exportan e importan innovaciones farmacológicas producidas por el otro y ambos lo seguirán haciendo si el acuerdo comercial prospera y se reducen todavía más las barreras al comercio. Ésta es una industria sujeta a grandes economías de escala y donde la experiencia y el buen hacer fruto de la larga historia de esta industria en cada país es determinante para su supervivencia. Esta teoría ha sido muy utilizada para criticar el libre comercio entre países ricos y pobres porque, según se dice, los primeros tienen industrias establecidas, grandes, que disfrutan de una larga historia y experiencia y de economías de escala. Los segundos no tiene nada de esto. Por tanto, una apertura comercial puede hundir para siempre la incipiente pero frágil industria de los países pobres.

España tiene industrias establecidas tanto en el sector manufacturero como en el de los servicios. España teme un nivel de desarrollo inferior, pero no muy inferior, al de los EE.UU. Port tanto, la reducción de trabas al comercio entre ambos debería llevarnos a un aumento de los intercambios más acorde con el modelo que predicaba Paul Krugman. La buena noticia es que ese aumento del comercio entre ambos países no debería provocar grandes desajustes en el mercado laboral. La mala noticia es que algunas de las industrias españolas son menos eficientes que las de los EE.UU. debido a regulaciones en los mercados de trabajo y de productos. Si España no quiere perder el tren cuando llegue el acuerdo comercial con EE.UU. deberá asegurar la máxima eficiencia en aquellas actividades industriales y de servicios que van a estar más sujetas a la presión importadora.

Es importante resaltar que un contexto al estilo de David Ricardo, no es tan relevante el que un país sea marginalmente más o menos eficiente en una actividad económica. En ese contexto los países que comercian entre sí son tan distintos que el flujo comercial está más o menos asegurado por la existencia de esas diferencias, muchas de ellas dadas por la naturaleza o la historia. España tiene sol y la Costa Brava y EE.UU. no y por tanto España siempre atraerá un cierto número de turistas a sus costas. Sin embargo, en un contexto como el descrito por los modelos de Paul Krugman, las políticas que mejoran o emporan la eficiencia productiva son esenciales para que un país pueda competir y beneficiarse del comercio internacional. Quizás esta exigencia de eficiencia sea, después de todo, la mayor ganancia de un acuerdo de libre comercio entre la UE y los Estados Unidos.

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