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Reseña del libro: Michael Lewitt. La muerte del Capital. Edit. La Esfera de los Libros. Madrid. 2011. Publicada en El Mundo, suplemento Mercados.  3 de julio de 2011.

“La muerte del capital” es un libro que trata fundamentalmente de las malas prácticas que desde hace años se realizan en los mercados financieros nacionales e internacionales y que han llevado al capitalismo a una crisis muy profunda y que como es sabido, se llevó por delante los ahorros de miles de personas. Se apuntan también en este libro algunas medidas para recomponer la capacidad productiva de las economías y salvar el capitalismo.

El autor Michael Lewitt adopta un tono moralista, apoyándose en “La teoría de los sentimientos morales” de Adam Smith, para denunciar las nefastas consecuencias de la crisis económica y de como el sistema financiero se aprovecha de la gente más ingenua y desinformada. Porque el problema de fondo, como ya dijo Keynes, en 1933, (y con el que probablemente Lewitt estará de acuerdo) es que cuando el sistema capitalista entra en decadencia ya no es un camino de éxito. No es inteligente. No es bello. No es justo. No es virtuoso. Y no satisface las necesidades de los ciudadanos.

Pero, al contrario de lo que podría parecer, el mensaje de Lewitt, al igual que lo fue el de Keynes, es que se deben poner los esfuerzos más enérgicos para reformar el capitalismo. Ambos autores creen que se deber intervenir y salvar el sistema de mercado, porque “los mercados son el torrente sanguíneo de la civilización humana. Son las organizaciones que nos permiten alimentarnos, vestirnos y curar a nuestros congéneres. Maltratar los mercados es lo mismo que maltratarnos a nosotros mismos y arriesgar nuestro futuro. El capital que manejan, los mercados debe ser alimentado y protegido no maltratado, ni descuidado, ni dejado en manos de la codicia y el miedo” (Levitt, pág.51).

El concepto de capital

Para apoyar sus argumentos Lewitt se remonta a las aportaciones relacionadas con el capital especulativo de los economistas Adam Smith,  Karl Marx, J.M. Keynes y H.P. Minsky. En este sentido es importante resaltar que en el libro no se utiliza el concepto de capital que tradicionalmente definimos los economistas (bienes producidos que sirven para producir otro bienes o prestar servicios), sino que se considera al capital como algo mucho más etéreo y nebuloso. Lewitt define capital como un proceso, un producto del trabajo, un fenómeno viviente o una expresión de las relaciones humanas. En este sentido el concepto de “capital” usado por Levitt se acerca más al formulado por Marx que al de Keynes.

Lewitt mantiene la tesis de que si se quiere salvar el capitalismo las economías de los países no deberían basarse tanto en el “capital financiero” como en el “capital valioso”, que es como el autor denomina al tejido industrial, la educación, las ideas, la innovación y las patentes. Efectivamente, en la era de la Economía del Conocimiento el trabajo intelectual es la forma más valiosa de capital. De ahí que Levitt se lamente y denuncie que cada vez dedicamos mayor cantidad de recursos humanos valiosos a la creación de productos financieros que favorecen la especulación, complicación y opacidad en los mercados financieros; actividades que, por otro lado, aportan muy poco a la capacidad productiva de la economía. Estas tesis cobran una mayor relevancia al ser el autor un participante activo en los mercados financieros como presidente de Harch Capital Management, LLC, dedicada a la asesoría financiera, y también como redactor de la Carta de Mercado HCM, publicación mensual que revisa la actualidad de los mercados financieros.

Las causas de la crisis

Pero quizá el tema al que se dedica más páginas del libro sea la crítica a la inversión especulativa, los reguladores, los productos financieros estructurados, la teoría de los mercados eficientes y las políticas monetarias expansivas. Para Lewitt la “muerte del capital”, en la que todavía estamos inmersos, se debe a la combinación de cinco factores:

1) la política fiscal de expansión del gasto público y reducción de impuestos de la Administración Bush.

2) la irresponsable política monetaria llevada a cabo por Greenspan (Presidente de la Reserva Federal).

3) la poca o mala regulación de sectores cruciales como son los bancos y las compañías de seguros y que tuvo su  origen en la revocación, en 1999, de la ley Glass-Steagall de 1933 que impedía a los bancos comerciales entrar en empresas con demasiado riesgo.

4) la relajación a partir de 2004 de las exigencias de recursos propios (capital) al sistema bancario; esta escasez de recursos propios en los balances de los bancos provocó la caída de las instituciones más irresponsables que arrastraron a todos los demás hasta el borde del precipicio.

5) la aparición  de sofisticados productos financieros, que fueron evaluados por las tres agencias importantes de calificación de riesgo, sometidas a graves conflictos de interés, que no avisaron de sus riesgos y, como consecuencia, generaron enormes pérdidas a los ciudadanos, bancos y compañías de seguros.

Pero el factor más notorio que ha generado la “muerte del capital” es que los gobiernos no hicieron ni están haciendo nada para cambiar las políticas económicas en una dirección que pudiera favorecer las inversiones productivas. Es cierto que realizar tales transformaciones supone una tarea que requeriría muchos años y por eso se debería empezar cuanto antes. Pero desgraciadamente hay pocos indicios de que esos cambios se hayan comenzado. De ahí que el autor haga una llamada a los políticos para que actúen cuanto antes. De lo contrario se irán acumulando los desequilibrios cuyas correcciones serán más destructivas para todos.

Por eso aunque el libro presta mucha atención a los problemas y a la manera en que las leyes y autoridades han permitido e incluso estimulado las inversiones especulativas que han dominado el sistema capitalista durante los últimos años, el autor hace, sin embargo, un llamamiento al cambio de la política económica realizando un análisis sobre las medidas que podrían dar un giro copernicano a la situación actual, algo que ya viene implícito en el subtítulo del libro: como la política creativa puede restaurar la estabilidad.

¿Qué se puede hacer?

“La muerte del capital” demuestra que vivimos en un momento crítico del sistema capitalista y que la crisis financiera tiene su origen y desarrollo en la toma de decisiones políticas y económicas de los mercados financieros. Por eso si se quiere salvar el capitalismo se precisan una serie de cambios que den paso a un nuevo orden económico. Para ello y como primera providencia habría que parar y retrotraer la relajación de las normas de capital bancario iniciada en 1999 y que permitieron a los bancos un excesivo apalancamiento. En este sentido habría que exigir a los bancos unos recursos propios mayores de los que están establecidos lo que además facilitaría la reducción de los movimientos de capitales volátiles y el excesivo endeudamiento bancario. Por tanto, hay que cambiar el sistema actual de gestión de riesgos para garantizar que no se repitan los errores del pasado.

Para salvar el capitalismo se deberían rectificar también algunos comportamientos que según el autor pasan por el aumento de la transparencia, penalizando las inversiones especulativas, aumentando la innovación industrial y la mejora del capital humano. Y hace una llamada a los políticos para que actúen en esta dirección cuanto antes. De lo contrario se irán acumulando los desequilibrios cuyas correcciones serán más destructivas para todos.

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