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Lecciones de política fiscal desde Suecia

Suecia ha pasado de ser una economía fuertemente castigada por la Gran Recesión a crecer el año pasado a un ritmo del 5.5%, muy por encima de países como Estados Unidos, Reino Unido o la zona euro. El caso sueco nos ofrece un ejemplo de que se puede utilizar la política fiscal para luchar contra una fuerte crisis económica sin que ello ponga en peligro el crecimiento futuro del país. La clave del éxito radica en tener la casa en orden antes de que empiece la tormenta y para conseguir esto no hay nada mejor que un conjunto de normas y reglas vinculantes que limiten el uso de esa misma política fiscal en tiempos de bonanza económica. El caso sueco contrasta con el de otros países, como EE.UU., que no disponen de estos límites al expendio público y que pagan ahora un elevado precio por alcanzar la tan deseada consolidación fiscal.

Suecia vivió una fuerte crisis financiera a principios de los noventa. Entonces, el país escandinavo sufrió las terribles consecuencias de esa crisis y decidió aprender de ella. Reformó sus instituciones para la política fiscal imponiendo un objetivo de superávit fiscal del 1%, un techo plurianual al gasto público, un requerimiento de déficit cero para las administraciones locales y un mayor énfasis en los estabilizadores automáticos frente a políticas de gasto discrecionales. Desde 2007 se ha creado un consejo de política fiscal independiente que se encarga de evaluar la política fiscal del gobierno y de que se alcanzan los objetivos establecidos.

Desde la introducción de estas reformas, las finanzas públicas suecas han mejorado sustancialmente. Los déficit fiscales de dos dígitos de principios de los noventa han sido sustituidos por superávits fiscales (ver gráfico) y la deuda pública ha disminuido paulatinamente hasta alcanzar niveles inferiores al 40% antes del comienzo de la reciente crisis financiera. Pero lo más importante es que el conjunto de normas y límites para el ejercicio de la política fiscal han hecho de Suecia un país más resistente a las crisis económicas, posibilitando un uso intensivo de las herramientas de política fiscal sin romper el equilibrio de las cuentas públicas.

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A diferencia de Suecia, Estados Unidos encaró la reciente crisis financiera con un saldo negativo de las cuentas públicas que a finales de 2007 ya era cercano al 3% del PIB. Los estímulos fiscales de 2008 y 2009 han disparado el déficit público y la deuda pública, que ronda el 100% del PIB. Además, el gasto público ha sido en gran parte extraordinario, no automático, entrando en vigor muchos meses después de un largo proceso burocrático y parlamentario, mermando su eficacia.

Estados Unidos sale renqueante de esta crisis financiera, con sus instituciones monetarias y fiscales en entredicho y con su deuda pública en el punto de mira de varias agencias de rating. En cambio, Suecia disfruta de la etapa de recuperación con sus cuentas saneadas y con un nivel de deuda pública inferior al 50%, fácilmente asumible para una economía que ha empezado a crecer a buen ritmo.

La mayoría de los países con problemas en sus cuentas públicas han emprendido el camino hacia la consolidación fiscal pero sin plantear normas de tipo estatutario que garanticen el equilibrio fiscal una vez haya pasado la tormenta. ¿Deberíamos aprender de Suecia y establecer reglas claras, permanentes, y límites estatutarios para la política fiscal?