7
Ene

En los últimos días, José Ramón Díez nos ha ofrecido una ponderada perspectiva sobre lo que 2010 puede deparar a la economía global.  Sin duda, hay que valorar favorablemente, como él hace, que las expectativas de consenso para la primera economía mundial sean de un crecimiento real del 2,7%. Sin embargo, ¿son de verdad tan buenas esas expectativas?

Hay que decir que, en contra de lo que pueda parecer a primera vista, el consenso de analistas no es especialmente optimista respecto a las expectativas de crecimiento en EEUU, al menos no desde una perspectiva histórica. Y es que después de las recesiones el crecimiento económico ha sido históricamente intenso en esta economía.  En promedio, en los seis trimestres que siguieron a las diez recesiones registradas en EEUU tras la Segunda Guerra Mundial el ritmo anualizado de crecimiento fue del 5,5%. En cuatro ocasiones el crecimiento se situó por debajo de ese promedio. Sólo en dos de ellas (1980 y 2001) el crecimiento se situó por debajo del 3% y en ambos casos la situación económica acabó derivando en un double dip: vuelta a la recesión en el primer caso (recesión de 1981-1982) y estancamiento en el segundo (cuarto trimestre de 2002). Tiene interés también constatar que en los seis trimestres posteriores al final del mercado bajista de 2000-2002 (tras esa suerte de double dip que acabó en un trimestre de estancamiento) el ritmo de crecimiento fue del 3,5%. Pues bien, para los seis trimestres desde el final de la reciente recesión (incluido el dato conocido del tercer trimestre de 2009, crecimiento anualizado del 2,2%) el consenso anticipa un razonable ritmo del 2,8%, sólo superior, entre los doce casos comparados (once post recesiones y el crecimiento posterior al final del mercado bajista de 2000-2002), a esos dos episodios de recuperación en falso.

Sin embargo, las previsiones del consenso resultan coherentes con lo que en la historia es habitual tras recesiones económicas acompañadas de crisis financieras, tal y como lo ha estudiado recientemente el FMI. En tales circunstancias, lo habitual es que el ritmo de la recuperación económica sea durante varios ejercicios similar o inferior al existente antes de la crisis, pero rara vez superior, de manera que se produce una pérdida irrecuperable de producción, reflejada en una brecha entre el PIB actual y el de la tendencia previa que nunca llega a cerrarse.  La tasa anualizada de crecimiento  entre el tercer trimestre de 2009 y el cuarto de 2010 tendría que situarse por encima del 3,5% para que pudiera considerarse que la salida de la recesión sigue una pauta “normal” o “no lastrada”, que se acerca más a una V que a una U.

Por qué las crisis financieras tienen esas consecuencias económicas adversas de largo plazo sería materia de otra entrada, pero baste pensar que la naturaleza de ese lastre económico que provocan puede expresarse en un concepto amplio: desapalancamiento. Con él nos referimos a la necesidad de todos los agentes, públicos y privados, de reducir sus niveles de endeudamiento. En el caso del sector público, se trata de las famosas “estrategias de salida”: la necesidad de ir dando pasos en la dirección de equilibrar las cuentas públicas y reducir los balances de los bancos centrales; en el caso de las entidades financieras, aún tienen que reforzar sus bases de capital y digerir nuevos deterioros en sus cuentas de resultados, lo que limita mucho su capacidad de generar crédito; finalmente, empresas y consumidores se esfuerzan también por reconstruir sus patrimonios netos, en un contexto de elevada capacidad ociosa (incluido el desempleo), deterioro del valor de los inmuebles comerciales y (al menos en parte) de los residenciales y condiciones de crédito duras.

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