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La fiebre del oro

Al igual que a mediados del siglo XIX en California, una nueva fiebre del oro parece haberse extendido entre los inversores a lo largo y ancho del mundo, a juzgar por la evolución de la cotización de la onza en los últimos tiempos. Desde principios de esta década, los precios se han multiplicado por cuatro, al pasar de niveles cercanos a los 250 dólares por onza, a los 1100 dólares actuales. Detrás de este comportamiento se encuentra su utilización como activo para diversificar carteras, especialmente en momentos de elevada incertidumbre. No en vano, la tendencia de apreciación de esta materia prima se ha agudizado desde principios de la crisis económica. Por tanto, el oro se está utilizando como activo refugio, especialmente por aquellos que no confían excesivamente en la solidez de la recuperación, anticipada por otros mercados como los de crédito o valores.

Oro_Largo_Plazo

Pero, sobre todo, la cotización del oro se está disparando según aumentan las dudas sobre el futuro del dólar, el activo refugio por excelencia (junto al franco suizo) en el último medio siglo. Tradicionalmente, el oro ha presentado una correlación negativa con el billete verde y, positiva con el precio del petróleo, al utilizarse como herramienta de cobertura ante posibles repuntes de la inflación. Teniendo en cuenta que buena parte de la demanda adicional en el mercado del oro está proviniendo de los bancos centrales,  que buscan diversificar sus reservas excesivamente cargadas de dólares, en este caso el ascenso del precio del metal dorado vendría explicado en buena parte por las dudas sobre la fortaleza futura del billete verde y no por un incremento del miedo a la inflación. De hecho, la espoleta que ha terminado de calentar el mercado fue la compra de 200 toneladas de oro por parte del Banco Central de la India al FMI la semana pasada, por las que desembolsó 6.700 millones de dólares. En el mismo sentido, China ya había declarado hace unos meses que sus reservas de oro han pasado de 600 a 1054 toneladas desde 2003. Por tanto, son los bancos centrales de los países emergentes los que en su objetivo de diversificar las reservas están comprando oro y, unos cuántos inversores a lo largo y ancho del mundo se están uniendo a la ola. Dejando en un segundo plano a la demanda tradicional en este mercado, es decir, la relacionada con joyería que tradicionalmente ha representado un 75% del  total.

Siempre que se producen movimientos tan intensos en los precios, la sensación es que los activos empiezan a estar sobrevalorados. Sobre todo, cuando en el caso de las materias primas es la demanda financiera (¿o especulativa?) la que toma el protagonismo. No hay más que recordar lo que paso hace un año con el precio del petróleo que se disparó hasta los 150 dólares, para después desplomarse hasta 35 dólares (ahora cerca de 80 dólares por barril). Y esa sensación se refuerza cuando se leen previsiones a medio plazo de subida del precio de la onza de oro hasta 1500-2000 dólares. Pero para aquellos convencidos de la pérdida de valor del dólar y que piensen en que la inflación es un riesgo latente, se puede invertir en oro comprando lingotes (100, 500 o 1000 gramos), monedas, acciones de compañías mineras o ETFs (exchange-traded funds) que son fondos cotizados con total liquidez, cuyas participaciones están respaldadas por oro físico.