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La economia puede ser divertida

La mayor parte de la gente desconecta cuando oye hablar de economía; parece un tema reservado a sesudos expertos, cuya jerga resulta incomprensible para el común de los mortales. Muchos estudiantes de diversas titulaciones universitarias sufren con cursos de introducción a la economía que los abruman con gráficos, ecuaciones y conceptos “metafísicos” como la relación marginal de sustitución o las curvas de indiferencia. Y es una pena, porque la economía no sólo nos afecta a todos, sino que puede ser muy entretenida.

Creo que los economistas deberíamos hacer un gran esfuerzo por elevar el nivel de la educación económica de la sociedad. Una mayor cultura económica dotaría al ciudadano medio de mejores instrumentos para la toma de decisiones, facilitando asi el funcionamiento eficiente de los mercados. Además, contribuiría al desarrollo de una sociedad más informada, comprometida, crítica y exigente con las políticas de las distintas administraciones.

Para ello, nada mejor que presentar la economía como lo que es: el análisis riguroso del modo en que todos respondemos a los incentivos que se nos presentan, eligiendo la que consideramos la mejor de las alternativas de acción posibles. Esto, creedme, puede hacerse de manera divertida. Hay varios libros que lo logran y cuya lectura, aprovechando el próximo comienzo de las vacaciones, me gustaría recomendar.
• Naked Economics: Undressing the Dismal Science, de Charles Wheelan (La economia al desnudo)
• The Undercover Economist, de Tim Harford (El Economista Camuflado: La Economia de las Pequenas Cosas)
• Freakonomics, de Steven D. Levitt (Freakonomics: las cosas no son lo que parecen)
• Armchair Economist: Economics & Everyday Life, de Steven E. Landsburg (El economista en pijama)

En todos ellos, encontrareis interesantes ejemplos de como el enfoque de la economía puede ayudarnos a superar el engaño de las apariencias en situaciones que, de una u otra forma, nos son cercanas.

Un ejemplo ilustrativo para terminar. Hace poco conocía que en cierto país desarrollado se proponía la reducción del coste de la matrícula en estudios universitarios como medida para luchar contra las bolsas de pobreza. A primera vista, resulta una fórmula atractiva: si estudiar es más barato, más personas podrán hacerlo y mejores oportunidades de futuro encontrarán. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Hay que tener en cuenta que quienes viven en un entorno socioeconómico desfavorable tienen mayores dificultades para acceder a la universidad, no porque sea cara, sino porque abandonan sus estudios en etapas anteriores. De ese modo, una política en principio progresiva es, en realidad, regresiva, puesto que los estudios de quienes ya gozaban de cierta ventaja inicial se ven financiados con el dinero de todos, incluido el de aquellos que partían con desventaja económica o social y que no llegarán a la universidad. Podría discutirse la conveniencia o no de la rebaja del coste de la matrícula, pero el argumento difícilmente podrá ser el de la lucha contra la pobreza.