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El papel de los fondos soberanos

El aumento de los ingresos en divisas de los países emergentes, tanto por el incremento del precio de las materias primas, como por el aumento de exportaciones de bienes y servicios a los países desarrollados está provocando la aparición de fondos soberanos dedicados a gestionar y, por tanto, rentabilizar esa riqueza en manos de las autoridades públicas. Se estima que el volumen total de activos que manejan estos vehículos de inversión ascendería a 2,2 billones de dólares (1,3% del stock global de activos financieros), aunque se piensa que en una década podrían crecer hasta 13 billones de dólares. Por países, los mayores fondos soberanos son los de Abu Dhabi (625 m.m. de dólares), Noruega (322 m.m. de dólares), Singapur (315 m.m. de dólares), Kuwait (213 m.m. de dólares), China (200 m.m. de dólares) o Rusia (128 m.m. de dólares), todo ello sin contar a países como Venezuela que están invirtiendo en el exterior de forma algo más “heterodoxa”. El más antiguo de todos ellos y el que está más profesionalmente gestionado es el de Noruega, cuyas decisiones se deciden por criterios de IRS (Inversión Socialmente Responsable).


Lo anterior no es más que el reflejo de esa paradoja macroeconómica que supone el que sean países desarrollados como EEUU o España los que tengan unas elevadísimas necesidades de financiación, mientras el exceso de ahorro sobre inversión y, por tanto, la capacidad de financiación se concentre en los países emergentes, con alguna excepción dentro de la OCDE (Alemania y Japón). Mientras esa capacidad de financiación se ha dedicado a inversiones en cartera, básicamente bonos, no ha habido ningún problema.

Pero cuando estos fondos empiezan a intentar tomar participaciones en empresas, es cuando los países implicados empiezan a mostrar reticencias a este tipo de adquisiciones. Y no sin razón, pues no parece lo más aconsejable la toma de control de empresas estratégicas por fondos que en muchos casos no se caracterizan por ser transparentes, ni tener estrategias claras de inversión. Aunque lo mismo se debería decir de los países receptores de esos fondos: deben diseñar procedimientos claros para decidir sobre las adquisiciones de este tipo de inversores, así como definir los sectores protegidos o la máxima participación en los mismos. Aunque al final todos tenemos claro que no se pueden poner puertas al campo, sobre todo, en países con una elevada dependencia de la financiación externa. La globalización en los intercambios de bienes y servicios está llevando a una globalización financiera que esperemos no se detenga en los próximos años por las tentaciones proteccionistas que suelen aparecer en momentos de problemas en el ciclo de actividad.