26
Mar

He estado dándole vueltas a 3 comentarios que se encuentran en el post que lleva por título “Las remesas de emigrantes” escritos por Eduardo Solís, Javier Tomás y Rodrigo Aguilar. Se trata de 3 adictos a este blog y creo que se merecen una contestación. En esos 3 comentarios se dice que las remesas pueden jugar un papel perverso; el mismo que juegan ciertas ayudas, que en vez de ayudar perjudican. Es indudable que el dinero que llueve del cielo impide a sus receptores obtenerlo con su esfuerzo, es decir, por sus propios medios. De esta forma los individuos se convierten en dependientes de la ayuda y en vez de fortalecerse acrecientan su debilidad. Las ayudas al igual que las remesas deberían apuntar a que el que las recibe vaya desarrollando la capacidad de ayudarse a sí mismo y no al revés.


Nadie duda de que las remesas son un importante elemento de desarrollo de las economías, tal como señala Luis Enrique Sotelo en un post (por cierto Luis Enrique, bienvenido al blog). Para más explicación sobre las remesas y sus ventajas se puede ver el artículo que publico hoy en el diario EXPANSIÓN titulado «El dinero que llega». Sin embargo, en este post vamos a reflexionar sobre lo que sucede cuando las remesas privan a alguien del esfuerzo. Es sabido que el esfuerzo les infunde vigor y permite a los individuos a superarse continuamente. Parece evidente que las remesas deberían apoyar el esfuerzo permanente del que las recibe, en vez de ahorrarle por completo dicho esfuerzo Los chilenos, no reciben ayudas y muy pocas remesas y les va bien, muy bien. Los ecuatorianos reciben muchas remesas y les va mal. ¿Les iría mejor a los ecuatorianos sin remesas? Creo que no. Pero es evidente que en Ecuador en particular y en América Latina en general, hay pueblos enteros que viven de las remesas y que desde hace años, al igual que en China, existe una abundante población de pequeños emperadores (que reciben remesas de sus padres).

¿Qué son los pequeños emperadores? En China la política del hijo único y la voluntad de los padres de evitarles las estrecheces que sufrieron ellos en la época de Mao, han creado una enorme masa de potenciales niños mimados. En China hace tiempo que les llaman pequeños emperadores. Los pequeños emperadores o hijos de seis bolsillos nacen sin hermanos y con seis fuentes de dinero para cubrir sus necesidades: los padres y los abuelos maternos y paternos. Resultado: un nivel de consumismo alucinante, individualismo, egocentrismo, carácter caprichoso, piden mucho, quieren todo muy rápido, pérdida de valores y, por tanto, una de las principales preocupaciones de los chinos y tal vez la más compleja de resolver. Estos jóvenes han crecido viendo el rápido ascenso de su país y no esperan menos para su futuro personal. ¿Podrán triunfar sin esfuerzo? ¿Pueden los talentos extranjeros competir en China contra los pequeños emperadores? No, a no ser que dominen el idioma. Las remesas también generan pequeños emperadores ¿Qué se puede hacer en América Latina para resolver el problema de los pequeños emperadores? No se si contesto a las inquietudes de Eduardo Solís, Javier Tomás y Rodrigo Aguilar, pero ganas no me han faltado.

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